Una joya de los cuentos populares rusos, escrito como un poema por el poeta del siglo XIX, Pyotr Yershov, “El caballito jorobado” es una maravillosa historia llevada al ballet en 1960 por el Bolshoi Ballet, cuya protagonista fue la inefable Maya Plisetskaya. Luego, esta fábula llegó al cine animado a través de Ivan Ivanov Vano en 1987, y tuvo su remake coreográfica en 2009 en la versión de Alexei Ratmansky, estrenada por el Mariinsky Ballet.
La compañía rusa, dirigida por Valery Gergiev trajo esta obra al Opera House del Kennedy Center desde el 31 de enero hasta el 4 de febrero. Con la música original de Rodion Schedrin, su primer estreno marcó otra historia mágica: el amor entre Plisetskaya y Schedrin. A raíz de ese encuentro, el compositor dedicó esta obra a la indiscutible bailarina del siglo XX.
Personajes míticos y fantásticos, y una moraleja que refuerza los valores ocultos del ser humano en oposición con la imagen exterior y la ambisión, hacen de esta obra una encantadora fábula con toques de humor, misterio, intriga y romanticismo. Allí desfilan pájaros de fuego, habitantes del fondo del mar, caballos voladores, una corte disfuncional, y un Zar alejado de la realidad.
La versión de Ratmansky de este ballet en dos actos, con puesta minimalista, moderna y simbólica, apela a la imaginación y seduce con una escenografía sugerente, creada por Maxim Isaev, responsable también del vestuario y del libreto de esta obra. Isaev logra describir espacios, secuencias y acciones a través de recursos visuales atractivos. Así aparecen inmensas lunas llenas o menguantes, que luego se convierten en espacios donde la narración queda proyectada en esos círculos suspendidos en el aire que, a su vez, marcan el trayecto de los protagonistas. Humor, ironía, majestuosidad y alto dinamismo, hacen de esta obra un llamativo ballet para grandes y chicos.
Ratmansky tiene una interesante virtud como coreógrafo, que radica en su capacidad narrativa para contar historias largas, en algunos casos, complejas. Si bien es cierto, que en muchas oportunidades, sacrifica el virtuosismo de los bailarines y rompe con estructuras preestablecidas y con estereotipos. En algunos casos, acierta. Y en otros, como es el de “El caballito…”, su coreografía desdibuja la calidad de los bailarines con cortes innecesarios en las secuencias de los pas de deux y con cierta gestualidad que rompe la estructura puramente clásica. A veces, necesaria.
Algunas de las escenas de conjunto, ciertos elementos del vestuario, y hasta la larga trenza de la Dama del Zar, hacen un guiño a elementos utilizados en varias obras que a principios del siglo XX irrumpieron como vanguardistas a través de los Ballets Rusos de Diaguilev. Homenaje que Ratmansky no deja de repetir en cada una de sus coreografías.
Magnífico, Vladimir Shklyarov en el rol del lunático Iván. Un bailarín impecable, con estupendos saltos, cierres perfectos, y una gracia personal que se roba a la audiencia. Más allá de su virtuosismo, Anastasia Matvienko, en el rol de la Dama del Zar, hizo una bella dupla con Shklyarov. Yaroslav Baidbordin en el rol de Caballito jorobado, hizo un despliegue -breve, dada la limitación de la coreografía- de habilidades e histrionismo. El Zar, Dmitry Pykhachov, puso un toque gracioso y ridículo a esta historia, mientras que Yuri Smekalov, como el asistente del Zar, mostró a un bailarín sólido y al mismo tiempo, un interesante actor, capaz de transmitir esa impostada maleficencia que corresponde a su rol.
Cada uno de los personajes de este cuento marcan el periplo del héroe, Iván, y de su acompañante mágico, el caballito jorobado que lo ayuda a sortear todas las dificultades. Finalmente, el más humilde, pero el más sabio, reafirma la moraleja de esta encantadora fábula, esta vez, contada con un lenguaje contemporáneo y menos barroco.