Una nueva “Paquita” llegó con el Mariinsky Ballet al Opera House del Kennedy Center de Washington DC. Ya no se trata de la original estrenada en 1846 en la Opera de París con coreografía de Joseph Mazilier ni de la reposición de Pierre Lacotte. Tampoco de la versión que hizo en 1847 Marius Petipa para el Ballet Imperial en San Petersburgo, ni la que mantuvo el Mariinsky Ballet hasta 1926. Esta “Paquita” es algo así como una suerte de “homenaje” al ballet clásico o, simplemente, un homenaje a aquella primera “Paquita”.
Un ballet narrativo en el que prevalecen más las danzas de carácter que las variaciones clásicas, con situaciones dramáticas y gran preponderancia de los elementos del ballet d’ action. Recién en el tercer y último acto el coreógrafo Yuri Smekalov, segundo solista de la compañía dirigida por Valery Gergiev, recupera gran parte de aquel Grand Pas Classique que fue durante muchos años el elemento más representativo de este ballet. Es precisamente en este punto donde el ballet retoma y reconstruye la versión de Petipa.
La historia se basa en “La Gitanilla”, una novela de Miguel de Cervantes, que comienza cuando un grupo de gitanos rapta a una niña de familia noble y la incorpora a su tribu, sin revelarle su identidad. Luego, ya convertida en una cautivante bailarina, se gana el corazón de un aristócrata al que le pide, como prueba de su verdadero amor, que se una a la troupe de gitanos. La trama se complica con intrigas, celos, envidias, trampas y falsas acusaciones, hasta que finalmente el joven enamorado cae preso. A partir de allí comienza a desvelarse la verdadera historia de Paquita. Y desde luego, un final feliz donde el bien triunfa sobre el mal.
Pero más allá de una escenografía portentosa, y de bellos y coloridos trajes, “Paquita” se reafirma en el tercer acto, donde la compañía puede hacer un verdadero despliegue de su indiscutible fama. Allí aparecen las virtudes de la escuela rusa, generadora de grandes artistas y poseedora de bailarines con una técnica impecable.
En la noche de apertura el protagónico lo cubrió Viktoria Tereshkina, rol que fue alternando con Maria Khoreva y Nadezhda Batoeva. Pero el personaje en sí mismo no es lo suficientemente interesante como para que las protagonistas puedan mostrar sus amplias posibilidades dramáticas y técnicas.
Maria Khoreva y Nadezhda Batoeva, primeras solistas, que encarnaron a Paquita el 11 y el 12 de octubre por la noche, son dos bailarinas magníficas, con estupendo port de bras, sólidas piernas y veloces giros. Sin embargo, no lograron cautivar con su personaje. No obstante, la segunda solista, Maria Shirinkina, como Cristina en las dos funciones, mostró una personalidad arrolladora, intensa y vibrante, entusiasta, con una cuidada técnica y enorme sutileza. Especialmente, en la variación del ballet “Camargo” en el tercer acto.
El cuerpo de baile masculino, al igual que los solistas mostraron una sólida formación. Konstantin Zverev y Xander Parish, partenaires de Khoreva y Batoeva, hicieron un atractivo despliegue de saltos y giros, y fueron sólidos partenaires. Pero la pasión estuvo ausente.
Donde realmente apareció el entusiasmo y una fresca energía fue en el grupo de alumnos de la Academia Vaganova de San Petersburgo que hicieron una estupenda mazurca, brillante y precisa.
Más allá de la narrativa, lineal y esperable, “Paquita” muestra a una compañía que no ha perdido esa perfección que la caracterizó a lo largo de la historia, pero ha opacado a las grandes estrellas que seguramente han dejado al duende entre las bambalinas.