Mikhail Baryshnikov

En la oscuridad de la locura

El legendario bailarín ruso, en su última visita al país, presentó “Letter to a man” en el Teatro Coliseo de Buenos Aires desde el 7 al 17 de septiembre. La obra está basada en los Diarios de Vaslav Nijinski escritos en 1919, con dramaturgia de Darryl Pinckney y dirección de Robert Wilson.

Deja un comentario Por () | 16/09/2017

“Letter to a man”, interpretada por Mikhail Baryshnikov, se sitúa en 1945 en Budapest, donde Nijisnky se había refugiado con su esposa. Foto: Lucie Jansch.

“Letter to a man”, interpretada por Mikhail Baryshnikov, se sitúa en 1945 en Budapest donde Nijisnky se había refugiado con su esposa. Foto: Lucie Jansch.

La dupla, Mikhail Baryshnikov y Robert Wilson visitan e interpretan los Diarios de Vaslav Nijinski escritos en 1919. Con compromiso emocional y recursos teatrales que interpelan los sentidos con una puesta poética y desgarrada de la locura y una actuación sensible que invita a zambullirse, de principio a fin, en el universo del gran bailarín ruso de principios del siglo XX. “Letter to a man” se presentó en el Teatro Coliseo de Buenos Aires desde el 7 al 17 de septiembre.

Se abre el telón, se escuchan risas que no tienen nada de gracioso porque son risas de locura en expresiones faciales del protagonista, de miedo y tristeza, estas risas son risas de pavor. Enseguida se ve a Mikhail Baryshnikov “en solo” con un chaleco de fuerza y una risa socarrona repitiendo sin cesar: “Yo entiendo la guerra porque he peleado con mi suegra, yo la entiendo, yo entiendo la guerra porque he peleado con mi suegra, yo la entiendo”, y repite y repite hasta la locura.

La obra logra transmitir al espectador la desesperación y el dolor de un hombre que es, además, un gran artista. “Letter to a man” incluye un poema dirigido al que fuera su mentor y empresario de danza, Serguéi Diaghilev. Estos diarios fueron escritos a lo largo de seis semanas en Suiza cuando se lo había diagnosticado con esquizofrenia. En este diario el bailarín hace catarsis sobre su situación y su lugar existencial. En estas líneas se destacan momentos de extrema lucidez y otros a donde demuestra su no claridad; su pacifismo, el desarrollo de su vida como artista, como esposo y como creador.

Su forma de escribir es algo particularmente a destacar porque contiene pasajes de gran calidad pero otros no lo son tanto, debido a sus problemas mentales, y a este respecto Baryshnikov explica: “El nivel literario de Nijinki, se lo puede comparar a Tolstoi o a Dostoievski; escribía como bailaba, pero en otros pasajes de sus diarios se denota su desmejoramiento en su lucidez mental y se pueden encontrar textos de corte más Kafkiano que refleja a un protagonista perturbado y la dificultad de adaptarse a reglas incomprensibles para él”.

La pieza se sitúa en 1945 en Budapest (lugar a donde se había refugiado con su esposa) en los momentos de silencio del bailarín, situaciones en las que se encuentra tan solo él con su alma, conversaciones de él para con Dios. Esta relación entre Nijinski y Dios es lo que más les interesaba destacar a Wilson, director de la obra y uno de los más destacados de la escena a nivel internacional y a Darryl Pinckney (dramaturgo), en “Letter to a man”.

Nijinski escribió los diarios que aparecen en “Letter for a man” a lo largo de seis semanas, en Suiza, cuando se lo había diagnosticado con esquizofrenia. Foto: Lucie Jansch.

Nijinski escribió los diarios que aparecen en “Letter for a man” a lo largo de seis semanas, en Suiza, cuando se lo había diagnosticado con esquizofrenia. Foto: Lucie Jansch.

En el contexto de la segunda guerra mundial y de su avanzada enfermedad, se demuestran escenas hostiles, representadas con sonidos de sierras eléctricas, carcajadas desesperadas, ametralladoras que tiran a mansalva, gritos de niños que huyen desesperados, ensimismados con cantos infantiles, mientras él se mece ¡va y viene! o como dijera Wilson, “es un hombre que lo ves de lejos y no sabés si viene o si va” como en un columpio, y es esa sensación la que a él le interesa transmitir, esa sensación de pensamiento en círculo de un hombre perturbado, esa sensación de caída al abismo.

Y en seguida retoma su reflexión sobre Dios y se pregunta y repregunta: “Un ser es una cosa, no es Dios, yo soy un ser. Dios no es una cosa. Yo no soy Dios. Dios no es una cosa. Yo no soy Dios. Yo no soy una cosa”. A Baryshnikov, que a lo largo de toda la obra se encuentra transmutado en un mimo/clown, le interesa remarcar que esta obra no es de danza, solo se pueden encontrar algunas reminiscencias de la danza clásica, como a una persona como Nijinski que alguna vez fue bailarín y que la danza habita inevitablemente en su cuerpo.

Es una obra muy sensible, de pronto, del caos mental como en el desorden de su escritura se pone serio, en posición de pensador de Rodin y comienza a exclamar grandes perspicacias de pensamiento, y comienzan a brotar de él las más nobles y altas reflexiones y una escritura literaria sublime y clarividente.

El juego de luces y sombras para demostrar la lucidez del protagonista en la luz y su opuesto en la oscuridad, la utilización de colores, imágenes de guerra, imágenes y canciones infantiles y lúdicas, paisajes y textos relatados en ruso, francés e inglés, la repetición de esos textos,  acompañado con música de Alexander Mosolov, Bob Dylan o Tom Waits, entre otros, son algunos recursos que Wilson utiliza para la puesta en escena como un collage de ideas que según Baryshnikov: “presentan el pasado, el presente y el futuro de Nijinski, futuro que no era otra cosa que caer en la obscuridad de la locura”.

Robert Wilson utiliza para la puesta en escena un collage de ideas que representan el pasado, el presente y el futuro de Nijinski. Foto: Lucie Jansch.

Robert Wilson utiliza para la puesta en escena un collage de ideas que representan el pasado, el presente y el futuro de Nijinski. Foto: Lucie Jansch.

Las imágenes se desdibujan, se vislumbra una habitación inundada y el agua que desforma las formas que él observa. Comienza a pelearse discursivamente con la lujuria, “La lujuria es un sentimiento que nunca me ha gustado”, expresa Nijinski. La utilización del escenario por Wilson es por etapas (Ver recuadro) como en una representación de los umbrales que el protagonista debe traspasar, desde la profundidad hasta la primera fila del escenario, el cual Baryshnjkov lo recorre con movimientos gráciles y expresiones acertadas de locura que asoma y se hace sentir. Sensualidad culposa que de a poco desnuda como en una especie de striptease que desvela su alma, su humanidad, mediante gestos de los que afloran su pacifismo mientras repite: “Yo no soy Cristo, soy Nijinski, yo no soy Cristo, soy Nijinski”.

Súbitamente, se ve confrontado a una ventana con rejas. Del otro lado de la ventana se ve la luz. Él la contempla desde la oscuridad de su cuarto, a ella no puede acceder. “Haré caso a Dios, haré caso a Dios”, comenta convencido.

Y el diario sigue su curso con preguntas retóricas por parte de su protagonista: “Tengo miedo de caer en un precipicio, pero Dios me prevendrá de caer”, y las escenas de las tinieblas y las nebulosas se representan mediante humo y ramas con los que baila en el medio de un bosque de sombras y tinieblas y grita: “Conozco gente que es miedosa, pero yo no tengo miedo. Dios quiere comprobar si yo tengo miedo o no”, exterioriza en un grito persecutorio.

En la siguiente escena hace alusión a su mentor de sus años mozos y quien lo hiciera famoso como bailarín a nivel mundial: “Diaghilev se dio cuenta de que yo lo aburría y por eso me dejó”, se estremece. Constantemente la obra hace alusión a la asfixia, la propia y la de la tierra en contexto de guerra. Para esto, Wilson hace utilización de hologramas de colores, sensaciones de búsqueda constantes o el escapar de ese malestar; el tener miedo pero en un constante desencuentro infinito y de allí, el advenimiento del descontrol en sus movimientos se hace presente. La lucha es inquebrantable. De manera inminente se escucha un auto que se estrella descontroladamente, se respira muerte y el bailarín atina a decir: “Yo no soy Diaghilev, yo no soy Diaghilev”, como en una sensación de lucha con ese ser que lo ha perturbado, que le ha hecho daño, una relación tóxica que aún no ha podido resolver.

“Letter to a man” logra trasmitir ese malestar de una mente desequilibrada, una obra emocionante, que se destaca por la actuación sensible y comprometida de Baryshnikov y el marco propuesto por Wilson, que invita a pensar, estremecerse y comprender esos universos perturbados y la vida de este grande de la danza que ha tenido que confrontarse a la oscuridad.

Baryshnikov visitó la Argentina a lo largo de los últimos 40 años y planteó la posibilidad que lamentablemente esta sea su última presentación aquí, es así que destacó su relación especial y su gusto por este país y su paralelismo con el lugar preponderante que ocupó Buenos Aires en la vida de Nijinski porque fue en esta capital a donde se casó con Rómola de Pulszky, (quien publicara sus diarios) en 1913 y fue en el Teatro Colón donde realizó una de sus últimas presentaciones, antes de finalizar su carrera definitivamente en Montevideo, su última parada.

“Letter to a man”, es una obra en la que se destaca la actuación sensible y comprometida de Mikhail Baryshnikov. Foto: Lucie Jansch.

“Letter to a man”, es una obra en la que se destaca la actuación sensible y comprometida de Mikhail Baryshnikov. Foto: Lucie Jansch.

 

El teatro y Robert Wilson

Robert Wilson, explicó      que para construir “Letter to a man” primero construyó la estructura en términos de espacio. Así, antes de que se abra el telón se ve un retrato de Nijinski, y cuando se abre y se ven sus profundidades, comienza a transcurrir la escena adentrándose en el personaje. “En primer plano se puede ver una mano pero si miramos más de cerca –detalló Wilson–, se puede vislumbrar que se trata de un retrato, y si se mira esa mano más lejos, ver que es naturaleza muerta, y si estamos cruzando la calle y vemos esa mano, vemos que es parte de un paisaje. Entonces estas son tres maneras distintas de pensar este desarrollo de etapas: retratos, naturaleza muerta y paisaje. Wilson primero forma una estructura, que luego va llenando.

“Yo pienso en el teatro en términos visuales y abstractos. Una vez que me decido en qué consiste este espacio entonces me resulta más fácil ver como llenarlo. Por ejemplo, en el espacio pequeño más cercano al público pienso cómo se ven y complementan entre las distintas etapas, y se me ocurren cómo pueden encajar una de la otra, cómo se complementan, qué soportes se dan apoyo”. La mayoría de sus producciones, dijo, no las piensa en términos de narrativa sino en una construcción de tiempos y espacios; reflexiona sobre momentos que son interiores en contraposición con los exteriores, unos que son lentos y otros que son más rápidos, más coloridos y otros que lo son menos.

Con Mikhail Baryshnikov
Con Misha (Baryshnikov) encontró una interrelación “porque él es bailarín y está acostumbrado a tratar con muchos coreógrafos y mi trabajo lo hago a través del movimiento; no soy un bailarín pero creo que pienso más como lo hacen los bailarines o los coreógrafos, por eso me gusta más ir a ver danza o una obra de teatro o una ópera. Para mí, el teatro es danza”.

La importancia del movimiento y la línea que para él es infinita, y no saber qué es cada cosa con precisión y la búsqueda constante es el objetivo de su trabajo, le interesa que sus obras cuestionen al espectador y lo empujen a interrogarse constantemente ¿qué es esto que veo? “En tanto que haya una vida que respira nos estamos moviendo –enfatizó–, cuando somos conscientes de ese movimiento, cuando salimos de él de todas maneras esa línea continua. Martha Graham decía que aunque no nos movamos, el movimiento está presente constantemente”.

 

 

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