En menos de un año, los aficionados a la danza contemporánea se han visto confrontados a dos interpretaciones heterodoxas del mismo fenómeno, con sus respectivas inspiraciones de raíces europeas y africanas, según respondan a las sempiternas provocaciones de la obra maestra de Igor Stravinski, “La consagración de la primavera”.
La creatividad desafiante de la Liliam Padrón, directora, coreógrafa, bailarina y fundadora de la compañía Danza Espiral (con sede permanente en la vecina ciudad de Matanzas, lejana 100 Km de la La Habana), una vez más, se puso a prueba ante los exigentes espectadores capitalinos, al acometer su versión de la archiconocida pieza estrenada en 1913 en París -con escándalo incluido-, en dupla con el célebre bailarín Vaslav Nijinski, según la representación histórica de los Ballets rusos de Serge Diaghilev. Las escenas de la Rusia pagana han desbordado los límites étnicos, a partir de los lenguajes innovadores propuestos en los discursos estéticos por las vanguardias generacionales de sucesivos movimientos artísticos de la pasada centuria y del presente siglo XXI.
Todos los coreógrafos fascinados por esta proteica partitura se impusieron el reto de desarrollar una poética particular enviando al cajón de los recuerdos las aproximaciones de carácter reconstructivo, como la de Millicent Hodson, de ahí las numerosas versiones registradas, o no, en los anales de la danza hasta nuestros días.
Para entender las intenciones primarias de Padrón, es necesario tomar como referencia los párrafos firmados por José Alegría, asesor teatral del conjunto, que aparecen en el programa de mano, los cuales introducen a una lectura más atinada de esta polisémica pieza compuesta para dos jóvenes parejas de ambos sexos con las pertinentes intervenciones de un factótum, en este caso, la propia creadora.
En la investigación de diversas fuentes realizada previamente por Padrón, resultó ineludible echar mano de la aproximación que el notable narrador cubano Alejo Carpentier hiciera “a esta obra maestra” con su novela homónima, “cuyo tema central gira en torno al montaje que de la misma se propone hacer una bailarina rusa que, guiada por su amante, un joven intelectual cubano, descubre en la cultura arará (introducida en la isla por la población esclavizada en tiempos coloniales), como equivalente de los elementos folclóricos que también Nijinski investigó, y que le sirvieron para revisitar la danza clásica, desde una perspectiva vernácula.
En medio de la multiplicidad de propuestas, resultó una dominante: el diálogo entre las tradiciones. No pretende aquí contar una historia, sino traducir la ceremonia pagana eslava en la fuerza telúrica de la danza arará, “también cercana a la tierra y portadora de ritos propiciatorios”.
La danza concebida por Padrón -siempre afincada en la tierra- estará contaminada por los elementos expresivos de “nuestro acervo africano”, el lenguaje de la danza clásica y la contemporánea y, por supuesto, provocada por el demoledor estímulo de los “clusters” tímbricos de la música de Stravinsky (utilizó una histórica grabación de la Filarmónica de Berlín dirigida por el desaparecido maestro Claudio Abbado), y de la ritual percusión folclórica yoruba cubana. El todo conducirá a “una poética de la hibridez” en el discurso general de esta fábula grupal mestiza.
Es evidente que el elemento coreográfico está dominado por la expresión teatral. Su vocabulario es una paleta limitada en virtuosismos técnicos, con una marcada tendencia al llamado “terre á terre”, donde la verticalidad de movimientos está acentuada por los pasos tomados del llamado “contact”, empero sin grandes complejidades evolutivas. Sin duda, sobre la base de una ardua preparación diaria que les proporciona una inusitada destreza. Además, la dramaturgia se ve acentuada por momentos lúdicos, que nos lleva hacia un final impactante de su “jeux” escénico.
La producción de la puesta en escena es eficaz para sus propósitos comunicativos, tanto la escenografía como las luces y sus figurines, de Frank David Valdés; así como los procedimientos audiovisuales de la dupla creativa de José Guerrero y Gilberto Naveira, con imágenes proyectadas sobre paneles practicables manipulados por los danzantes, equivalentes al laberinto de Sísifo.
Por su parte, la veterana creadora s sigue sorprendiendo en cada presentación, por su versatilidad, agilidad corporal y expresividad inmanente a su fuerte poder de comunicación, simpar en la escena de la danza actual del país. Ella provoca parafrasear al icono de la danza moderna norteña, Martha Graham, al decir que la grandeza de la danza no está en la técnica exhibida sino en la pasión entregada por el danzante.
La ovación final brindada por el público que colmó las dos únicas representaciones de Danza Espiral, en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, puede interpretarse como un doble reconocimiento: por la entrega artística y la superación perseverante de los avatares que inciden en la labor cotidiana de un conjunto exógeno a los circuitos capitalinos. Este estreno contó con el soporte de las instituciones locales, pero no tuvo ningún patrocinio foráneo.