Silencio y movimiento. Tres parejas de bailarines generan ritmos y sonidos a través de sus propios cuerpos. Después, la música y la voz, incomparable, de María del Mar Bonet. Sumergidos en “Jardí Tancat”, una de las primeras obras del español Nacho Duato, los bailarines del Ballet Hispánico muestran una atractiva musicalidad y destreza que atrapan.
El jueves 5 de diciembre, la troupe dirigida por el cubano Eduardo Villaro, marcó su paso por el escenario del Eisenhower Theater del Kennedy Center de Washington, DC. El vienes 6 volvió a repetir un programa en el que predominaron obras de matiz contemporáneo, apoyadas en partituras más populares que clásicas.
La obra de Duato, estrenada en 1983 por el Nederland Dans Theater, pasó a formar parte del repertorio del Ballet Hispánico desde abril de este año. Cargada de melancolía, “Jardí Tancat” refleja las plegarias que los campesinos realizan esperando la lluvia.
Intensa y comprometida la interpretación de Alexander Duval, Min-Tzu Li, Joshua Winzeler, Kimberly Van Woesik, Marcos Rodríguez y Vanessa Valecillos, quienes, por momentos, parecían salidos de las filas de la Compañía Nacional de Danza de España, que durante más de 20 años dirigió Duato.
Es precisamente la convicción, el buen nivel técnico y la calidad en la interpretación lo que distingue al Ballet Hispánico. Estas características son las que precisamente sustentan obras que tal vez no sean extremadamente logradas desde la estructura coreográfica como “Sortijas”, de Cayetano Soto y el nuevo trabajo de Annabelle López Ochoa, “Sombrerísimo”.
“Sortijas”, un dúo, magníficamente realizado por Lauren Alzamora y Jamal Rashann Callender, es una obra que, apoyada en los efectos de luces y en un clima misterioso, muestra una sucesión de pasos, movimientos y desplazamientos que, sin la subyugante música de Lhasa de Sela, podría haber sido parte de una improvisación de gimnasia rítmica.
Por su parte, la pieza de López Ochoa recurre, en el comienzo, a sonidos de la calle y luego va mezclando ritmos de jazz latino y fusión. La coreógrafa se enfoca más en aspectos teatrales y expresivos, logrados maravillosamente por los bailarines a través de gestos y posturas corporales.
“Sombrerísimo”, más allá de ser conceptualmente una exploración al individualismo –tal como lo indica el programa de mano– podría considerarse una indagación a las posibilidades del movimiento y una búsqueda de formas en cuanto al trabajo con elementos. Los bailarines juegan con sus cuerpos y con los sombreros que llevan en sus cabezas, pero el mensaje se desvanece dentro de una búsqueda que no acaba de concretarse a nivel coreográfico.
El plato fuerte del programa vino con Eduardo Vilaro y su “Danzón”, cuyo protagonista principal fue Paquito D’Rivera y su ensamble que abrieron con un derroche de talento y ritmo. Apagón. Y en medio de la oscuridad y el silencio, los bailarines entran a escena para dejarse sorprender por la música desbordante y arrolladora.
D’Rivera juega, disfruta con esta combinación magnífica que mezcla los bailarines con los sonidos en vivo de su banda. Por momentos, el “gran Paquito”, se incorpora al espacio de la danza y hace un deslumbrante contrapunto solista con Mario Ismael Espinoza, un bailarín cuya flexibilidad y musicalidad le permiten encontrar, con éxito, los extremos. Un momento delicioso en el que la improvisación, la sutileza, el diálogo entre los sonidos y el movimiento se convierte en algo mágico. Ambos se inspiran y se potencian mutuamente hasta llegar a niveles absolutamente subyugantes.
Las secuencias de grupo, los dúos, tríos y solos se suceden en este “Danzón” que, con Paquito D’Rivera y la energía de los bailarines de la compañía fundada por Tina Ramírez se convierte en un cóctel molotov.