American Ballet Theatre-Crítica

Un corsario para enamorar

La versión de “El Corsario” de Anne Marie Holmes se presentó hasta el domingo 14 de abril en el Kennedy Center de DC. La producción se estrenó por primera vez en el Teatro Colón de Buenos Aires en 2011, con Paloma Herrera, quien volvió a asumir el rol de Medora.

Deja un comentario Por () | 14/04/2013

Paloma Herrera y Marcelo Gomes del ABT en la función de "El Corsario" el 11 de abril en el Kennedy Center de DC. Foto: Gene Schiavone. Gentileza ABT.

El corsario Conrad, su esclavo Alí y su amigo Birbanto navegan en su barco pirata rumbo a Turquía. Al llegar al gran mercado donde se reúnen compradores, comerciantes, y también traficantes de bellas esclavas, Conrad descubre a Medora y queda prendado por sus encantos. La joven griega, vendida al Pachá junto con su amiga Gulnara, logra que el corsario la rescate y la lleve a su guarida. A partir de allí, comienza una historia de heroísmo, amor apasionado, traiciones y fidelidades que convierten a esta trama en una bella historia de amor y aventuras de la que nadie queda al margen.

Esta reciente versión que el American Ballet Theatre (ABT) presentó hasta el domingo 14 de abril en el Kennedy Center de DC, se estrenó por primera vez en el Teatro Colón de Buenos Aires en 2011, con puesta en escena de Anne Marie Holmes, y con Paloma Herrera en el rol de Medora. En la primera noche de DC, Herrera volvió a cubrir este protagónico con magnificencia indiscutible. Bella, seductora, inocente, graciosa y apasionada, la bailarina fue dibujando con sutileza los diferentes momentos por los que pasa la esclava enamorada del corsario.

Junto a Marcelo Gomes, como Conrad, y a Herman Cornejo como el esclavo Alí, la obra se realza desde todos sus flancos: perfección técnica, actuación, compromiso y belleza. Los tres, sencillamente impecables en cada una de las variaciones, fueron capaces de subyugar desde el principio hasta el fin creando una suerte de encantamiento inevitable.

La puesta de Holmes también ayuda a ese encantamiento. Permite al espectador sumergirse en la historia sin poder escapar de esa estupenda aventura. Con una deslumbrante escenografía de Christian Prego, un exquisito vestuario de Anibal Lapiz y la excelente iluminación de Brad Field, la obra adquiere un atractivo especial.

Basado en el poema romántico de Lord Byron publicado en 1814 sobre el amor de un pirata por una esclava, “El Corsario” se estrenó por primera vez en Londres en 1837, con coreografía de François Albert y música de Nicholas Bochsa. Luego tuvo su primera aparición en París en 1856, en versión de Joseph Mazilier, con música de Adolphe Adam. Marius Petipa creó una nueva coreografía para el Mariinsky Ballet en 1899 con música de Riccardo Drigo.

La actual del ABT, basada en la de Konstantin Sergeiev sobre la de Petipa, se estrenó en 1998 con puesta en escena de Holmes. No obstante, la producción actual que se presentó en DC, es la que se generó en el Teatro Colón de Buenos Aires en 2011.

La trama, que no escapa a una aventura de piratas reforzada con una historia de amor, se apoya en la excelencia del cuerpo de baile del ABT que con la misma solvencia, logra ensamblar danzas de carácter con pasajes clásicos. Interesante el trabajo de Sascha Radetsky como el mercader de esclavas, Lankendem, preciso en sus saltos y ajustado al rol.

Stella Abrera, como Gulmara, mostró una deliciosa musicalidad y refinamiento en sus brazos, si bien en parte careció de cierto compromiso actoral en su personaje. Craig Salstein, como Birbanto, el amigo que finalmente traiciona a Conrad, quizás no alcanzó a ser lo suficientemente efectivo como para que el público lo viera como un verdadero enemigo. Bailarín con buena técnica, Salstein, despojó a su Birbanto de emociones, especialmente cuando entreteje la intriga y deja aflorar sus celos y su envidia por Conrad.

El grupo de tres odaliscas, Sarah Lane, Luciana Paris e Isabella Boylston, tuvo una interesante presencia en las variaciones del primer acto. Lane, delicada y precisa. París, una bailarina que ha crecido en presencia escénica, en prolijidad técnica y en refinamiento del estilo. Y Boylston, ajustada y musical.

Bellas imágenes y colorido en la escena del jardín en la que el Pashá, Victor Barbee, gracioso y divertido en su papel, sueña con Medora en medio de un deslumbrante despliegue de bellas mujeres y flores. Una de las variaciones más reconocidas y famosas de esta obra, que subyuga y deslumbra tanto desde lo coreográfico como desde lo estético.

Sin duda, este “Corsario”, apoyado en la magnificencia de su escenografía, su bello vestuario, la música, los maravillosos bailarines que cubrieron los protagónicos, Herrera, Gomes y Cornejo, y el alto nivel de danza de la compañía, se convierte en una de esas puestas memorables que se quedan grabadas en la retina y en el corazón.

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