American Ballet Theatre-The Dream

Hadas y hechiceros merodean en escena

El programa de la compañía comenzó con “The Dream”, de Frederick Ashton, basado en “Sueño de una noche de verano” de Shakespeare. Y terminó con “El pájaro de fuego”, estrenado por los Ballets Russes de Diaguileff en París, en junio de 1910, con coreografía de Michel Fokine.

Deja un comentario Por () | 03/07/2012

Marcelo Gomes y Natalia Osipova, del ABT, en "El pájaro de fuego" de Alexei Ratmansky, en el Metropolitan de Nueva York. Foto: Gene Schiavone. Gentileza ABT

En una noche de un calor asfixiante, la fuente de la plaza del Lincoln Center de Nueva York lanzaba altos chorros de agua,  tratando de refrescar el ambiente. Mientras, en el Met, donde continuaba la temporada del American Ballet Theatre (ABT), la temperatura cambiaba y el entorno era  mucho más aceptable.

El programa de la noche daba comienzo con “The Dream”, original de Frederick Ashton, coreógrafo inglés que ocupa un lugar relevante entre los mejores del siglo XX. Como historia de esta obra deliciosa, Ashton tomó el “Sueño de una noche de verano” de Shakespeare, un cuento de hadas que sucede en una  foresta, donde aparecen dos parejas que se pelean, y abundan otros seres imaginarios como el rey de la foresta,  Oberon, y su amada Titania, además de un diablillo que lleva el nombre de Puck. La subyugante música de Félix Mendelssohn, que dio la pauta a la coreografía, incluye además un juvenil coro que la hace aún más atractiva.

Las criaturas del bosque en cuestión resultan invisibles  para los humanos que se aventuran a entrar allí. Las dos parejas mencionadas, Helena y Demetrio, a cargo de  Stella Abrera y Jared Matthews, y Hermia y Lisandro, por Maria Riccetto y Sasha Radetsky, son víctimas  de las  travesuras de Puck, que causan peleas entre el cuarteto. No obstante, todo se resuelve favorablemente al final.

Si los bailarines del ABT gozan de bien ganada fama por su magnífica escuela,  no es menos cierto que igualmente pueden alardear de ser muy buenos actores. Esa noche probaron repetidamente que dominan ambas categorías.

El rol de Puck, sin ser el más importante de la historia, cuando Herman Cornejo lo asume, acapara toda la atención y gana la escena de una manera deslumbrante. Sus saltos son extraordinarios. Parece que vuela sin esfuerzo, y cuando regresa a las tablas, lo hace silenciosamente.  ¿Y qué decir de sus múltiples giros? Estos terminan lentamente, sin salirse de la música, aunque le queda velocidad para continuarlos.

Como Oberon, Cory Stearns es elegante y autoritario. Su merecido ascenso a bailarín principal hace algún tiempo, ha permitido ver sus progresos en cada temporada,  personificando con gran acierto los más codiciados papeles del repertorio.  Stearns además posee una alta estatura, que lo convierte en  un partenaire prestigioso. Xiomara Reyes, como la dulce reina de las hadas,  es siempre delicada y precisa.  Su entrega total  a Oberon en el Pas de Deux final, fue una tierna lección de inocente sensualidad.

La coreografía de Ashton en este ballet, es un derroche de pasos cortos y sutiles que son su tarjeta de presentación. Las encantadoras hadas que llevan como principales a Sarah Lane, Luciana Paris y Yuriko Kajiya, bordan esas filigranas con limpidez y  seguridad. Como el simpático Bottom, Alexei Agoudine, el labriego víctima también de las travesuras de Puck, ejecuta esa parte con agradable picardía.

La orquesta que sonó magníficamente bajo la experta dirección de Ormsby Wilkins, tuvo el respaldo del People´s Chorus of New York City, que dirige Francisco J. Núñez.

El pájaro mágico

Natalia Osipova en "El pájaro de fuego". Foto: Gene Schiavone. Gentileza ABT.

Después del único intermedio de la noche, subió a escena otra aventura de hadas a la que se añade un mago diabólico. “L´Oiseau de Feu” (“Firebird” o “El Pájaro de Fuego”) estrenado por los Ballets Russes de Diaguileff en París, en junio de 1910,  fue compuesto por el coreógrafo Michel Fokine, en total concordancia con el compositor Igor Stravinsky, autor de la partitura musical. Balanchine, quien también estrenó en 1949 su propia coreografía sobre el mismo ballet, ha expresado que esta obra “….marca el inicio de Stravinsky en el mundo de la música para ballets”.

Este nuevo “Firebird”, es la última creación coreográfica de Alexei Ratmansky, artista-en-residencia del ABT, para la compañía. En ella utiliza la historia original (con algunas variantes en el título de los personajes) y la música que Stravinsky creara específicamente para la primera versión. Los diseños del vestuario son ahora originales de Galina Soloveyva, y la decoración  se debe a Simon Pastukh.

Los cuatro personajes centrales muestran algunos cambios  en el programa: Marcelo Gomes,  como Ivan, se le suprimió el rango de Príncipe o Tzarevich. El fascinante Pájaro de Fuego que esta vez no viste tutú, es Natalia Osipova, quien luce maillot y alas color rojo-fuego, y un llamativo adorno de cabeza del mismo color. David Hallberg, el maligno brujo Kaschei, domina el  bosque en donde Ivan busca a su amada Doncella; Simone Messmer, quien ahora también ha perdido el título de Tzarevna. El coro de doncellas que la rodean, víctimas también del poder de Kaschei, en su embrujamiento le profesan gran amor.

Cuando la obra comienza, Gomes, con traje de pantalones y camisa blanca, aparece frente a la entrada de un bosque misterioso, donde cree que su amada Doncella está perdida. Allí hace unos cuantos bailes en solitario, pero pronto decide continuar en su búsqueda. No obstante, antes de entrar al bosque,  se persigna. Una vez dentro, se descorren varios telones que dejan ver árboles enormes, coronados por ramas que terminan en flores rojas, iluminadas gradualmente por el director de luminotécnica, Brad Fields.  No faltan nubes de humo que surgen por todas partes de la escena,  de manera constante e  inesperada.

Ivan encuentra allí al Pájaro, que no quiere dejarse cazar, pero Ivan lo apresa, y el ave, para obtener su libertad, regala una de sus plumas al captor. Esta pluma, por sus poderes mágicos, lo ayudarán en cualquier peligro que encuentre en el bosque.

Indiscutiblemente, Osipova es una magnífica bailarina de fuerte técnica que mejor emplea en variaciones de gran despliegue de virtuosismo; por otra parte, para  este rol, por no ser de alta estatura ni grandeza de estilo, no domina la escena. El vestuario tampoco la favorece. Quizás vistiendo un bello tutú rojo de pedrerías, y plumas en la cabeza como vestía Margot Fonteyn (cuando la obra fue incluida en el repertorio del Royal Ballet de Londres, con la coreografía original de Fokine), hubiera lucido mejor, Este nuevo vestuario de mallas ceñidas, la confundía con el resto del coro de las aves de fuego (ocho parejas en total). No es atractivo y tampoco  lo es la  coreografía, que si bien no le falta movimiento, carece de estructura.

Hallberg, como el mago Kaschei, luce una capa negra con adornos verdes, peluca verde y guantes del mismo color. Sus variaciones  amedrentan a las doncellas, a quienes, no obstante, besa constantemente. Su trabajo es correr de  un lado a otro del escenario, terminando sus carreras en algunos grand jetés. Los trajes de las doncellas, ataviadas con corpiños y vaporosas faldas verdes hasta las rodillas, y graciosos velos cortos en la cabeza, son  lo más acertado del vestuario. Las danzas de ese grupo de damiselas son graciosas,  movidas, y muy agradables de observar.

Cuando Ivan encuentra a las doncellas, Kaschei lo persigue, hasta que el joven, agitando en el aire  la pluma que le dio el Pájaro, consigue que éste se presente. El Pájaro le muestra donde se esconde el huevo que encierra el alma de Kaschei e Ivan lo toma para tirarlo al suelo, donde se rompe en pedazos. Así termina el poder de Kaschei, que prontamente es arrastrado fuera de la escena.

Lo que continúa es bastante disparatado: Ivan desviste a su Doncella de la ropa verde que llevaba,  apareciendo en túnica blanca larga, y cabello rubio… Las otras doncellas que también han desechado los vestidos,  lucen trajes y cabellos similares a la Doncella principal. Abriendo los troncos de los árboles como si estos tuvieran puertas, surgen de ellosinfinidad de jóvenes vestidos de blanco,  que recobran su libertad,  uniéndose a sus salvadoras (posiblemente eran sus novias perdidas). El grupo completo se une para interpretar una alegre danza con la que termina la obra. Un final alegre, aunque poco impresionante.

La difícil partitura de Stravinsky, no obstante, tuvo una magnífica interpretación por la orquesta, dirigida por Charles Barker con su acostumbrada experiencia,

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