El Romanticismo consideraba que el cisne era un símbolo del amor ideal y eterno, de la fidelidad por su naturaleza monógama, de la elegancia por su movimiento majestuoso, y de la pureza por su blanco plumaje. Tan altos estándares de perfección cristalizaron en el clásico del ballet con mayúsculas, “El lago de los cisnes”, en cuya cuarta y exitosa versión (1895) confluyeron los genios de Piotr Ilich Tchaikovsky en la composición musical, y del tándem Marius Petipa-Lev Ivanov en la coreografía. La dualidad entre la etérea princesa-cisne, Odette, y su malvada sosias, Odile, fue encarnada magistralmente por Pierina Legnani (1868-1930), famosa por ser capaz de ejecutar los famosos 32 fouettés y primera artista nombrada Prima Ballerina Assoluta de la historia.
Darle una vuelta de tuerca al clásico de los clásicos no es una tarea sencilla, pero, sin embargo, resulta muy tentador para numerosos coreógrafos. En los años 90 del pasado siglo, Matthew Bourne asumió el reto y le dio un enfoque totalmente original: el príncipe pertenece a una familia disfuncional y se enamora de un cisne masculino, muy lejos de la etérea imagen de Odette. En un contexto en el que el movimiento LGTB luchaba contra la epidemia del sida y por una mayor visibilidad del colectivo, no tardaron en propagarse múltiples lecturas homoeróticas del espectáculo creado para la compañía New Adventures, mientras que la radical versión de Bourne conquistó el favor del público y empezó a acumular galardones, como tres Premios Tony (1999), un Premio Lawrence Olivier (1996), un Premio Astaire (1999), Premio de la Crítica de Los Ángeles (1997). Su breve aparición como epílogo de la historia de superación del protagonista del filme “Billy Elliot” (2000), de Stephen Daldry, dieron el espaldarazo internacional a la producción, que periódicamente vuelve a subirse a los escenarios para conmemorar los correspondientes aniversarios.

La gran originalidad de la versión de Matthew Bourne es que los cisnes son un elenco masculino. Foto: Javier del Real. Gentileza Teatro Real.
Desprovisto de la lectura subversiva que pudo tener en su origen por la osadía de convertir a la bandada de cisnes en un conjunto de ánades masculinos, “El lago de los cisnes: la nueva generación”, interpretado por New Adventures, llegó al Teatro Real de Madrid en su gira conmemorativa por su trigésimo aniversario. Con el aforo completo, las cinco funciones ofrecidas por la compañía británica presentaron por primera vez en España esta transgresora producción, convertida actualmente en un icono de la escena.
¿Por qué el “Swan Lake” (1995) de Matthew Bourne sigue encandilando a diferentes generaciones de espectadores? Mientras muchos programadores del mundo de las artes escénicas se devanan los sesos para ver cómo conseguir atraer al público joven, lo cierto es que esta producción es capaz de seducir a espectadores de todo tipo, y ésa es su gran virtud: Matthew Bourne tocó la tecla adecuada para atraer a público de diversas edades y no específicamente de danza. Con una puesta en escena cercana al musical, la coreografía de Bourne mezcla sin pudor el lenguaje clásico y la danza contemporánea, sin estridencias. No huye de las referencias esenciales del clásico: los pasos a dos del ‘Cisne Blanco’ y ‘Cisne Negro’, el acto blanco en el lago o las danzas de carácter en un cabaret nocturno. En el plano narrativo, pone el foco en el rol del Príncipe (James Lovell), atormentado y subyugado por una dominante madre, la Reina (Carla Contini), quien, tras intentar cumplir con los convencionalismos sociales de tener Novia (Bryony Wood), cae rendido a los brazos del Cisne (Jackson Fisch).

El príncipe atormentado no encuentra consuelo en su opresiva madre, la Reina. Foto: Javier del Real. Gentileza Teatro Real.
Otra de las licencias narrativas tomada por el libertino Bourne es situar al príncipe en un entorno disfuncional. Retrocediendo a 1995, cuando se estrenó la producción, las hilarantes escenas de humor del comportamiento inadecuado de la Novia en los actos oficiales provocaban la risa en un momento en el que la Familia Real británica acaba de vivir el annus horribilis de la reina Isabel II (separaciones de los príncipes de Gales, los duques de York y la princesa Ana, además de incendio en el castillo de Windsor). Y aunque son referencias lejanas -y probablemente, descontextualizadas para los espectadores jóvenes-, aún consiguen esbozar una sonrisa en el público.
¿Qué sería un “Lago de los cisnes” sin cisnes? Sabido es a priori que parte de la original subversión consistió en sustituir a las delicadas bailarinas-cisne por un varonil elenco de ánades, pero, además, éstos representan sus roles cargados de masculinidad, sin un ápice de amaneramiento o sin caer en la tentación de caricaturizar a los ánades femeninos. En la escena, los viriles cisnes son muy solventes en los diferentes registros interpretativos, tanto en danza como en escenas más teatrales. En el acto II, la bandada de cisnes da muestra de su solidez como conjunto. Como contraste a su cándida imagen del acto blanco, en la última parte los cisnes adoptan un aspecto amenazante que recuerda a “Los pájaros” (1963), de Alfred Hitchcock.
El Teatro Real de Madrid ha demostrado ampliamente su fascinación por el título clásico de “El lago de los cisnes”, interpretado en diversas versiones durante las recientes visitas de grandes compañías internacionales, como el San Francisco Ballet (2024) o The Royal Ballet (2018). Con la visita de New Adventures y el estreno en España del libérrimo “Swan Lake” de Matthew Bourne, el coliseo madrileño apuesta por una versión poco ortodoxa, pero con una dilatada trayectoria que le permite conectar con nuevos públicos. El engranaje que puso en funcionamiento hace tres décadas el visionario artista británico funciona a la perfección: escenografía y vestuario de Lez Brotherston, iluminación de Paule Constable y vídeo de Duncan McLean. La única mácula a las presentaciones en gira es la ausencia de música en directo, ya que la interpretación se realiza sobre la grabación de la Swan Lake Orchestra, dirigida por Brett Morris, de 2004. No obstante, la transgresora versión de Matthew Bourne y la buena factura del trabajo interpretativo de New Adventures, consiguieron epatar al público del Teatro Real de Madrid, que, en la matinée del sábado, obtuvo una ovación de cinco minutos.

El acto III se desarrolla en un cabaret. donde se interpretan el célebre paso a dos del ‘Cisne Negro’. Foto: Javier del Real. Gentileza Teatro Real.



