New Adventures

Sin príncipes ni princesas

“Cenicienta” de Matthew Bourne subió al Opera House del Kennedy Center de Washington DC del 15 al 20 de enero. Una producción de danza-teatro creada en 1997 que sitúa la trama en Londres durante los bombardeos de 1940 y rompe con el tradicional cuento de hadas.

Deja un comentario Por () | 24/01/2019

“Cenicienta”, de Matthew Bourne, y su compañía New Adventures, llegó al Kennedy Center con Andrew Monaghan y Ashley Shaw en los protagónicos. Foto: Johan Persson. Gentileza JFKC.

“Cenicienta”, de Matthew Bourne, y su compañía New Adventures, llegó al Kennedy Center con Andrew Monaghan y Ashley Shaw en los protagónicos. Foto: Johan Persson. Gentileza JFKC.

Aquí no hay príncipes ni princesas, ni bailes en palacio, ni hadas buenas ni malas, ni varitas mágicas, ni maleficios. Tampoco hay calabazas convertidas en carrozas, ni ratones transformados en lacayos. Hay una ciudad desolada por la guerra, azotada por sucesivos bombardeos. Hay muertos, heridos de guerra y edificios desmoronados. Hay, sí, una madrastra alcohólica y malévola, hermanastras viciosas, hermanastros despiadados, y un padre semi-ausente, condenado en una silla de ruedas, que guarda sus condecoraciones de héroe de guerra. Y también hay una joven sobre la que caen todos los castigos, las humillaciones y las postergaciones. Una joven que, a pesar de todo el dolor y la injusticia, sigue creyendo en el amor.

En esta “Cenicienta” de Matthew Bourne que llegó al Opera House del Kennedy Center de Washington DC, y se instaló desde el 15 al 20 de enero, el estigma de la Segunda Guerra Mundial rompe con la estructura tradicional del cuento de hadas. Una producción de danza-teatro que pone en escena los más diversos recursos estéticos y el sello indiscutible del coreógrafo inglés. En este caso, “Cenicienta” rinde un homenaje a su padre, un héroe de esta guerra devastadora que transcurrió desde 1939 hasta 1945.

Londres, 1940. Bombardeos, refugios donde protegerse de los ataques y una Cenicienta cuya candidez contrasta con la realidad y la mezquindad de un mundo que parece sucumbir. Su “príncipe”, un piloto de la Fuerza Aérea herido en la cabeza, termina encontrándose con ella a través de los buenos oficios de un ángel de la guarda que los protege y los aísla, y va entretejiendo la trama como un demiurgo secreto e invisible. Sin varitas mágicas.

Liam Mower, el ángel, y Ashley Shaw, en esta versión de “Cenicienta” de Matthew Bourne. Foto: Johan Persson. Gentileza JFKC.

Liam Mower, el ángel, y Ashley Shaw, Cenicienta, en esta versión de “Cenicienta” de Matthew Bourne. Foto: Johan Persson. Gentileza JFKC.

No obstante, en esta obra creada en 1997, Bourne describe con sutileza los blancos, los grises y los negros por los que transitan la ciudad y sus personajes de este infierno en el que todo es desesperación y dolor. Con una puesta en escena deslumbrante de Lez Brotherston, en la que todo se transforma, se construye, se destruye y vuelve a construirse, Bourne apela a una diversidad de recursos escénicos. Con interesantes fragmentos de documentales en blanco y negro, diseñados por Duncan McLean, a través de los cuales se entremezcla la ficción y la realidad, la narrativa hace pie en esa guerra irreversible. Impecable, acertada y sutil, la iluminación de Neil Austin, va creando nuevos espacios, climas y texturas que van componiendo un todo impecable y hasta sublime.

New Adventures, la compañía creada por Bourne en 2002, es un crisol de bailarines con una sólida formación en danza contemporánea y clásica, que no necesitan de la palabra para transmitir con sus cuerpos ese texto implícito de la trama recreada por Bourne. Cenicienta, encarnada en la noche del estreno por Ashley Shaw, adquirió protagonismo indiscutible a medida que transcurría esta obra. Fue creciendo dramáticamente, y sus movimientos fueron desplegándose con suavidad y soltura en sus solos y en los pas de deux que fue alternando con su ángel guardián (Liam Mower) y con su “príncipe-aviador”, un tierno y conmovedor Andrew Monaghan.

Mower, una presencia enigmática en este entretejido de historias y sub-historias, supo insertar teatralidad a sus movimientos. Ajustado en sus giros, preciso, intenso.

Bourne desterró el palacio del príncipe y lo sustituyó por una impactante fiesta en el Café de París. El coreógrafo registra, a su manera y con sus matices simbólicos, aquel trágico momento en marzo de 1941, cuando el célebre café por donde desfilaron personajes como Dorothy Dandridge o Marlene Dietrich, fue bombardeado por las tropas alemanas, dejando 34 muertos y 80 heridos. Entre las llamas y la desolación, el ángel de la guarda fue reconstruyendo el espacio, resucitando esos cuerpos caídos. Una escena desgarradora reafirmada a través de la propuesta sonora de Paul Groothuis, donde se mezclan explosiones sucesivas, aviones rugientes y ensordecedores, y la música de Sergei Prokofiev creada para el ballet “Cenicienta”, compuesta en 1944.

Pero más allá del horror de una guerra que dejó al mundo partido en dos, más allá de las marcas del holocausto que aún perduran, más allá de los escombros y la muerte, Bourne, en su “Cenicienta” rescata el amor, la esperanza, la necesidad de creer en los mandatos del alma para sobrevivir una y mil veces. Sí, sobrevivir a través del amor.

 

 

Dejar un comentario