Veinte años han transcurrido desde la última visita de The Royal Ballet de Londres al Teatro Real de Madrid y, para el retorno, la casa británica apostó por su último y reciente éxito: la nueva versión del coreógrafo Liam Scarlett sobre el original de la entente Marius Petipa-Lev Ivanov, “El lago de los cisnes” (1895). El coliseo madrileño acogió seis funciones del clásico convertido en todo un icono sinónimo de ballet, gracias a las que la formación presentó un amplio abanico de elencos protagonistas, destacando las representaciones inaugural y de clausura, a cargo de la argentina Marianela Núñez y del ruso Vadim Muntagirov.
The Royal Ballet consiguió agotar las entradas de todas las veladas y, sobre todo, convirtió su espléndida apuesta en todo un evento cultural imprescindible en el verano madrileño. Versiones sobre “El lago de los cisnes” del tándem Petipa-Ivanov ha habido, hay y habrá muchas a lo largo de la historia de la danza, pues es un reto para cualquier coreógrafo intentar ofrecer su punto de vista sobre una de las obras referenciales del gran repertorio clásico. El director del Royal Ballet, Kevin O’Hare deseaba contar con una producción del clásico para la actual generación de la casa británica con la cual renovar la versión de Anthony Dowell (1987), que llevaba treinta años en el repertorio del Royal Ballet. Por ello, encargó al coreógrafo en alza Liam Scarlett su propia lectura, estrenada con éxito el pasado mes de mayo. El creador inglés clarifica el perfil de algunos personajes de la trama e intenta humanizar al malvado Von Rothbart, y mantiene la estructura tradicional de la obra, con sus cuatro actos, siendo su especial aportación una reelaboración del último, menos gótico y más narrativo.
Otra de las innovaciones consiste en situar el primer y tercer acto, en la época victoriana, a finales del siglo XIX. Firmada por John Macfarlane, la impecable producción de vestuario y escenografía transporta al espectador a la corte inglesa decimonónica y, cómo no, al celebérrimo lago en que transcurren los bellísimos actos de ballet blanco. Además, la impronta británica se acentúa con el mantenimiento de la compleja danza napolitana de sir Frederick Ashton, en el tercer acto. Debido a ese especial acento británico, las actuaciones en Madrid suponían, también, una gran prueba de fuego para la obra, al tratarse de las primeras funciones en el extranjero que permitían comprobar la reacción del público foráneo ante esta propuesta, trufada con muchos guiños hacia la cultura británica.
Los papeles protagónicos fueron interpretados en la noche de estreno por la nueva pareja talismán de la compañía británica: Marianela Núñez y Vadim Muntagirov. La argentina está viviendo un momento dulce de su carrera, que se percibe en el aplomo con el que aborda el rol dual de Odette/Odile: profundidad de sentimiento con sus ondulantes aleteos de brazos como Cisne Blanco, frente a seguridad, magnetismo y fuerte técnica en el Cisne Negro. Apodado ‘Vadream’, “porque es un sueño bailar con él”, el ruso es la viva estampa del danseur noble: excelente partenaire, magníficas líneas y límpida técnica, gracias a la que flota en cada salto.
Siempre es de agradecer la música en directo, en este caso, con la inmortal partitura de Tchaikovsky de la mano de Orquesta Titular del Teatro Real, bajo la batuta de Koen Kessels, gracias a lo que el espectáculo adquirió más empaque. Por encima de una producción impecable hasta el más mínimo detalle, para todo balletómano, disfrutar de un espectáculo de una de las compañías más relevantes del mundo es una ocasión única de puro deleite. En este caso, el completo compromiso por sacar adelante la versión óptima del espectáculo de cada miembro de la casa británica -desde el bailarín de Cuerpo de Baile hasta la estrella- explica el porqué del prestigio del Royal Ballet. Ocho minutos de aplausos con el público del Teatro Real de Madrid en pie sirvieron para certificar el éxito del afamada compañía con “El lago de los cisnes” más británico de los últimos tiempos.
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