Anclado en esa cultura milenaria que aún hoy es un bastión insoslayable del ser japonés, el Nihon Buyo (traducido como danza japonesa) se desarrolló al comienzo de la era Taisho (1912-1926), cuando los artistas de este arte ampliaron sus creaciones, e incorporaron expresiones de las artes escénicas folclóricas y estructuras de danza de grupo que continúan hasta hoy. En este mundo se funde lo tradicional con lo contemporáneo, se ensamblan obras de Kabuki, piezas inspiradas en obras clásicas de Noh, cuentos populares, y también, obras únicas escritas y coreografiadas por los mismos intérpretes.
El Kennedy Center, junto a The Japan Society, presentaron el 29 de enero una única función de “Nihon Buyo en el siglo XXI: de la danza Kabuki al Bolero” en el Terrace Theater del Kennedy Center. Una fascinante muestra de este estilo de danza japonesa que establece un puente entre el pasado y el presente.
Con ese subyugante minimalismo japonés, esa apabullante austeridad y ese cuidado estético llevado al extremo, este espectáculo fue una demostración de talento, creatividad y belleza sublime.
Como en un templo sagrado, los artistas, tres músicos magníficos, iniciaron este rito con “Matsuri” (Festival). Esta pieza de música instrumental con percusión y flauta comenzó con sonidos solemnes dedicados a los dioses para luego estallar en ritmos festivos.
La primera danza o relato en movimiento se basó en una historia estrenada en 1819. Una suerte de divertimento inspirado en un zare-e (un comic semejante al manga) dibujado por el sacerdote budista Toba Sojo.
“Toba-e” es una graciosa historia que cuenta las vicisitudes de un criado, Hanayagi Genkuro, en su intento por atrapar a un ratón, Hanayagi Suzuhiko, que aparece en la cocina a altas horas de la noche. Con el soporte de textos traducidos y proyectados en una pantalla, la historia, contada por dos cantantes (Kiyomoto Kiyomidayu y Kiyomoto Ichitayu) se convierte en una preciosa parodia corporal de dos bailarines cuyo dominio de las sutilezas del movimiento alcanza límites asombrosos.
“Yugiri, la cortesana”, estrenada en el teatro Edo Nakamura-za en 1863, es una canción en la que la bella cortesana Yugiri llora porque lleva más de año sin ver a su amante Izaemon. Un bello relato de amor y sufrimiento. Seguida por “Hana” (Flor), una composición contemporánea de Tosha Suiho, quien interpreta la flauta. Esta pieza hace referencia a la estación primaveral durante el periodo Heian (794-1180), y representa la visita del Emperador de Kazán a un templo donde florecen los cerezos.
Para el final quedó la impactante puesta de “Bolero – La leyenda de Anchin y Kiyohime” con coreografía del director y coreógrafo Hanayagi Genkuro, quien utiliza la partitura de Maurice Ravel para contar el cuento popular “La leyenda de Dojoji”.
En esta historia, Kiyohime (Hanayagi Kieayaka), hija de un posadero, se enamora de Anchin, un monje que promete volver para encontrarse con ella, pero nunca lo hace. En venganza, Kiyohime se transforma en serpiente y lo persigue hasta su muerte.
Genkuro realza con su coreografía esta contundente música, y permite abordar desde el dramatismo, la ira y el peligro esta partitura tan visitada por una diversidad de coreógrafos occidentales contemporáneos.
A medida que la música va “in crescendo”, aumenta también el despecho de Kiyohime. Cuatro bailarines con abanicos que se mueven en distintas direcciones acompañan y asumen el protagónico masculino de forma alternativa. Movimientos precisos, cuidados y metódicos, y un dominio corporal y gestual impecable.
Finalmente, la escena se tiñe de rojo. Caen las cenizas de Anchin sobre Kiyohime. Una campana suena.