El retorno a las tablas del Ballet Nacional de Cuba (BNC), con representaciones presenciales sin flexibilizar las medidas sanitarias para evitar los contagios con Covid-19 y su nueva cepa Ómicron, ha sido organizado con máxima cautela por Viengsay Valdés, su joven directora general y sucesora (con méritos para ello) de la legendaria Alicia Alonso. De hecho, programó una corta temporada con dos piezas en un acto, de corta duración y un estreno para su repertorio. Esta vez, una obra mayor del malogrado coreógrafo alemán Uwe Scholz (Hessen 1958-Berlin 2004), la “Séptima Sinfonía”, de Ludwig van Beethoven, los cuatro movimientos de la célebre “apoteosis de la danza”, como ha sido calificada por eminentes críticos desde su creación. Esta producción ha sido posible merced al apoyo del British Friends of BNC y el Cuban Artistis Fund.
Para llevar a buen puerto esta exigente pieza neoclásica, fue necesario invitar a la maestra española Roser Muñoz, asistente principal por varios años de Scholz, por ende, conocedora de los entresijos estilísticos de su creador. En la capital cubana contó con la asistencia de dos de los principales maitres del BNC: Svetlana Ballester y Javier Sánchez (antiguos bailarines de la compañía), con la participación medular del maestro Yhovani Duarte, director titular de la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Las dos obras en un acto de la primera parte del cartel fueron: “Love, fear, loss” (sic) con coreografía y vestuario del brasileño Ricardo Amarante, concebida como una libre y apasionada interpretación (nada literal) de las más icónicas canciones de tres “bete de scene” francófonos, Edith Piaf, Jacques Brel y Charles Dumont, a partir de una inteligente transcripción al piano debida a Natalia Chepurenko. Estas presentaciones estuvieron cuidadas al detalle por una ensayadora de primera clase, la ex solista Linnet González (muy próxima a la cultura francesa). Cada sección, el amor, el miedo y la pérdida, contó con las interpretaciones alternantes de seis parejas de primeros bailarines y solistas, según las funciones en los tres días hábiles de esta breve temporada del último mes de 2021, en la sala Avellaneda, la mayor del Teatro Nacional de Cuba, con rigurosa limitación al 50% de su aforo. Esta vez el acompañamiento, con el piano en escena, estuvo a cargo de la maestra Idalgel Marquetti, con un encomiable desempeño (en el estreno absoluto la responsabilidad correspondió al notable pianista cubano Marcos Madrigal, en gira europea este mes).
La entrega de los bailables sorprende por lo afiatada, si se tiene en cuenta los meses de aislamiento por la pandemia, aunque la mayoría se las ingeniaba en sus domicilios para mantenerse en forma (tal vez no en grado óptimo). El cuerpo de baile se mostró convincente si bien se mostraron desigualdades, que serán superadas con más tiempo de ensayos o funciones con las audiencias presentes. Algunos solistas brillaron por su lirismo, musicalidad y hasta con virtuosismo, sin desmeritar los textos.
Como segundo título del programa fue “Invierno”, un dueto intimista y minimalista, con coreografía y vestuario de la joven solista del BNC Ely Regina (quien ha demostrado sus talentos como coreógrafa en otras piezas precedentes inscritas en el repertorio del BNC), con el soporte musical de Piotr Ilich Tchaikovski (el tema de la escena copos de nieve en Cascanueces). Fue bailado con pasión y aplomo por dos estelares figuras de la compañía, Anette Delgado y Dani Hernández, con una articulación dinámica comparable a signos caligráficos a plumilla, en una gélida atmósfera de sombrías iluminaciones presagiando un final agónico.
La obra coreográfica de Uwe Scholz fue estrenada en Stuttgart por la compañía de ballet del Teatro Estatal de esta ciudad de Alemania en abril de 1991, y aquí se reproduce el vestuario y la escenografía del propio Scholz inspirada en el cuadro “Beta Kappa” del pintor Morris Louis. El diseño de luces estuvo a cargo del técnico cubano Ignacio Arguelles, siguiendo las pautas originales igualmente de Scholz.
Scholz tuvo una andadura en las artes escénicas europeas que pudiera calificarse de rutilante, pues a los 26 años asumió la dirección coreográfica del Ballet de la Ópera de Zurich durante seis años, para luego ocupar la misma responsabilidad en el Ballet de Leipzig. En estos cargos se destacó su preferencia por “lo sinfónico”. Razonablemente, en sus obras se desvela la influencia de John Cranko, y posteriormente de George Balanchine, tras su breve estancia en la School of American Ballet, quienes le insuflaron “su apego y legado” al denominado estilo neoclásico. En este aspecto vale la pena compartir el criterio expresado por el crítico Roger Salas cuando consideró a Scholz “la figura más brillante y precoz de la coreografía alemana neoclásica de los últimos 30 años del siglo XX”.
En esta ocasión el Ballet Nacional de Cuba decide ingresar en su repertorio activo una sólida pieza coreográfica de la pasada centuria, que puede contribuir al enriquecimiento profesional de sus bien formados bailarines, así como a los fieles aficionados locales. Si se tiene en cuenta las diferentes escuelas y estilos que aquí se aplican para conseguir una entrega, la ejecutante del montaje Roser Muñoz, naturalmente fue muy rigurosa a la hora de la transmisión del concepto y estilo del creador, y al respetar la paradigmática partitura beethoveniana.
Según se pudo apreciar, tanto en ensayos como en el estreno, en ciertos aspectos de la técnica de los bailarines formados por la metodología de la Escuela Cubana de Ballet, fue tolerante, pues no pretendía que el resultado fuera un calco de los europeos. Y que aportaran su idiosincrasia y maneras de bailar, pero debían en cambio, poner el acento hacia abajo para evitar desfases con el ritmo de la música, y fue preciso en cuanto a los port de bras. En cambio, fue proclive a dar libertad a los bailarines al exhibir sus individualidades: la sensualidad de los movimientos, otorgaron un goce particular a esta magistral coreografía sinfónica.
Se pudo admirar un ballet donde la figura estelar es el cuerpo de baile, donde descuellan algunas demostraciones brillantes de los primeros bailarines y solistas al frente de cada movimiento de la sinfonía, como es el caso de Claudia García, Chanell Cabrera, Daniela Gómez, Sadaise Arencibia, Adrián Sanchez o Diego Tápanes, por solo mencionar algunos.