Parece casi un absurdo, una burla del destino, que justo ahora, en un momento de gran esplendor para la compañía, el controvertido “romance” entre el Kennedy Center y la gran musa de George Balanchine haya llegado a su fin. En este mundo de la sinrazón, en el que el arte ha dejado el espacio a la violencia y al miedo, The Suzanne Farrell Ballet (TSFB), una de las grandes joyas del ballet, hoy, tiene un camino incierto. Lo único seguro, es que esta fue la última función bajo la “tutoría” del Kennedy Center Washington DC.
En su presentación de despedida en el Opera House, del 7 al 9 de diciembre, la compañía, como es costumbre desde hace 16 años, trajo una serie de “incunables”, pocas veces frecuentados por otros ensambles. Ni siquiera por el New York City Ballet (NYCB), compañía creada por Balanchine y Lincoln Kirstein en 1933, encargada de preservar la obra de Mr. B.
Farrell, con su estilo y con la pureza de su propuesta artística, ha logrado conquistar la fidelidad de sus bailarines a lo largo de todos estos años. Es casi un privilegio para los jóvenes del cuerpo de baile y para los principales poder aprender y trabajar con alguien que ha formado parte de la historia esencial de la danza en los Estados Unidos. Y allí están, a pesar de ser un ensamble temporal que los obliga a trabajar durante gran parte del año con otros estilos y otras compañías, siempre vuelven y asumen su compromiso con el arte.
Farrell optó para esta despedida, un título “casi” conmovedor y significativo: “Forever Balanchine: Farewell Performances”. Incluyo un repertorio magnífico en el que permitió el lucimiento de cada uno de sus solistas y también, de un cuerpo de baile que ha ido refinando su técnica, su calidad y su coordinación. Filas cuidadas, con un respeto de la pureza técnica pocas veces visto cuando se trata de Balenchine, y un entusiasmo fresco, son las mayores virtudes de este joven cuerpo de baile.
Dos programas que resumieron algunas de las mejores piezas que Mr. B creó para Farrell durante su paso por el NYCB, formaron esta última entrega en la que no faltaron los conflictos y las rispideces solapadas con el Kennedy Center. El 7 y el 9 de diciembre, subieron a escena “Chaconne” (Gluck/Balanchine), “Tzigane” (Ravel/Balanchine), “Meditation” (Tchaikovsky/Balanchine) y una de las obras más deslumbrantes de este gran maestro de la coreografía, “Gounod Symphony”, con música de Charles Gounod. Un derroche de precisión, claridad coreográfica, belleza y desafío técnico que pone a bailarines principales y cuerpo de baile en el límite de la concentración. Farrell, esta artesana de las artes escénicas, pudo recuperar y reponer de manera impecable.
En la primera noche, la argentina Natalia Magnicaballi y Michael Cook –quienes trabajan con Farrell desde que se creó la compañía– asumieron el rol de la pareja central con una enorme solvencia, calidad artística y técnica. Dos bailarines que juntos forman una pareja memorable con una comuinicación pocas veces vista.
Magnicaballi, una bailarina especial no solo por sus cualidades físicas sino por su compromiso en la interpretación y una capacidad particular para transmitir emociones, también asumió con intensidad, maestría y una enorme seducción, el rol central en “Tzigane”, obra que tuvo su estreno en 1975, creada especialmente para Farrell. Pieza corta, con fuerte acento moderno, donde las puntas intercambian espacio con movimientos de contracción de los pies, y un cambio importante en el port de bras. Con desplazamientos y movimientos ajenos a lo tradicional, esta gitana atractiva y esquiva, logra encontrarse con su amado, y al mismo tiempo, escaparse de él. Otra vez esta dupla –Magnicaballi-Cook– parece respirar al unísono.
La segunda de las dos piezas cortas, de la misma época, y también creada para Farrell, fue “Meditation”, en la primera noche a cargo de Elizabeth Holowchuk y de Kirk Henning. Una realización de una belleza singular, de profunda emoción, en la que lo abstracto se mezcla con lo real. Conmovedor trabajo de ambos bailarines.
La primera entrega de la noche del estreno fue “Chaconne”, otra de esas obras de ingeniería coreográfica de Mr. B., que confirma su genialidad y que lo hacen incomparable, a pesar del paso del tiempo y la llegada de nuevos coreógrafos que apelan a la pirotecnia de la tecnología y se olvidan de la danza. Heather Ogden, otra de las bailarinas históricas de la compañía, y Thomas Garrett, asumieron los roles principales. Ogden, una bailarina de una sutileza y de una técnica indiscutible, y Garrett, un buen partenaire que logró acompañar con solvencia a Ogden.
Para el final del segundo programa, otro de los indiscutibles: “Serenade”, obra de 1934 realizada por Balanchine para la School of American Ballet cuando todavía no se había creado el NYCB. “Serenade” posee una magnificencia casi superlativa a la que el tiempo mejora y reafirma en su majestuosidad, y a la que Farrell llenó de magia, con bailarines excelentes, capaces de transmitir emociones, climas, texturas y, a su vez, convertirse en instrumentos perfectos de la belleza.