Ballet Nacional de Cuba

Los clásicos: un desafío para los jóvenes

“La magia de la danza”, un espectáculo que incluye las escenas más célebres de los grandes ballets del repertorio: “Giselle”, “Coppélia”, “Bella durmiente”, “Don Quijote”, y cierra con la escena Fiesta criolla, del segundo movimiento de “Sinfonía de Gottschalk”.

Deja un comentario Por () | 01/02/2012

“La magia de la danza”, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana. Foto: Nancy reyes. Gentileza NR.

La dirección artística del Ballet Nacional de Cuba ha iniciado, recientemente, una acertada política orientada al desarrollo y ulterior promoción de los más jóvenes talentos en los diversos rangos de su elenco, según lo observado por este cronista en las últimas presentaciones del espectáculo “La magia de la danza”, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana.

Ahora, estos jóvenes enfrentan el reto de asumir los roles protagónicos de los grandes clásicos del repertorio de ballet, habituales de las más importantes compañías del mundo, y hemos constatado sus virtuosas habilidades técnicas e interpretativas, con sus respectivos mayor o menor grado de corrección.

No entraremos en detalle este programa, que tratamos en anterior crónica, cuando fue presentado en Nueva York, y en otras ciudades de la geografía estadounidense durante la pasada primavera del 2011, con las consiguientes revelaciones reflejadas por los críticos de este país (y de otros continentes). En las escenas seleccionadas de las archiconocidas piezas: “Giselle” (segundo acto); “Lago de los cisnes” (igualmente, segundo acto); “Coppélia” (del primero y tercero); “La bella durmiente” (tercer acto); “Cascanueces”(segundo acto); “Don Quijote” (de los actos primero y tercero), los bailarines elegidos tuvieron que ejecutar (algunos por primera vez), los “consagradores” pas de deux, con sus sempiternos adagios –prueba suprema del clasicismo en el arte del “partnering” –, así como las complejas variaciones y codas respectivas.

Los “partenaires” de ambos sexos deben bailar con una exigente perfección técnica, sin eludir la relación dialogante con su pareja de baile, para demostrar que están en posesión de los recursos necesarios, como señalara el célebre bailarín Antón Dolin en su insuperable tratado “Pas de deux: The Art of Partnering”, o sea,

Fuerza, seguridad, autoridad y comprensión; y siempre tratando de evitar el abuso al exhibicionismo, cuando la cuestión medular sería lo que los anglófonos llaman “good manners”.

Una de las características paradigmáticas de la “escuela cubana de ballet” ha sido –como lo ha proclamado siempre su cofundador, el maestro Fernando Alonso–, es la definida relación entre el hombre y la mujer en el baile de pareja, una caballerosidad que otorga la primacía a la bailarina.

Durante las entrega del elenco del BNC observado por el crítico, el pasado fin de semana, se nos antoja apuntar algunas loas y algunos reproches. Entre estos últimos, ¿acaso unos descuidos de los experimentados ensayadores…? para lograr los pulidos necesarios, que se correspondan con los elementos citados de Dolin arriba; especialmente cuando bailan los adagios centrales de esas escenas: el no evidenciar el esfuerzo en las cargadas, o el mostrar mayor levedad en los personajes fantasmales; o en los conjuntos, los pasos de transición o la unidad de estilo, a veces empañada por una diversa colocación de brazos, de las manos o de sus dedos.

En cambio, es loable señalar en los muchachos una mejor observancia hacia el sostenimiento de una acerada línea de piernas, con colocación correcta del punteo o arqueado de los pies, así como una mayor elevación en los “jetés manéges”, aunque mi desiderata será la de ver una mayor altura de la pierna trasera en el aire. Para ellas, loable fue su musicalidad y el aplomo en los balances en puntas, sin embargo en los pasos con giros los tobillos no siempre estuvieron firmes: en instantes peligró su seguridad física.

No quiero concluir sin elogiar la actitud de gran modestia y compañerismo exhibido, en esta ocasión particular, por las primeras figuras, al eludir todo divismo o un ególatra favoritismo, al bailar los dúos con “partenaires” debutantes (cosa que no siempre sucede en otras compañías del orbe), sin la exigencia de sólo bailar con los de su mismo rango artístico.

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