Compañía Nacional de Danza

Un drama que no pierde vigencia

La versión de Goyo Montero sobre la tragedia de Shakespeare, “Romeo y Julieta”, es hoy la producción estrella de la compañía dirigida por José Carlos Martínez, que recaló en el Teatro Arriaga de Bilbao donde cosechó un éxito con el nuevo montaje. Una pieza acrobática que recrea la trama.

1 Comentario Por () | 31/05/2013

 

La Compañía Nacional de Danza interpretó su nueva producción "Romeo y Julieta", en el Teatro Arriaga de Bilbao. Foto: Jesús Vallinas. Gentileza CND.

La Compañía Nacional de Danza interpretó su nueva producción “Romeo y Julieta”, en el Teatro Arriaga de Bilbao. Foto: Jesús Vallinas. Gentileza CND.

Dos años han transcurrido desde la última ocasión en la que la Compañía Nacional de Danza (CND) visitó el Teatro Arriaga de Bilbao. En aquel tiempo, la agrupación estaba regida interinamente por Hervé Palito y ofreció un programa compuesto por “Noodles” (coreografía: Philippe Blanchard), “Gnawa” y “White darkness” (coreografías de Nacho Duato). En su primera actuación en la capital vizcaína bajo la dirección de José Carlos Martínez, la CND presentó la producción estrella de la temporada 2012/13: “Romeo y Julieta”, un ‘full-lenght’ o ballet de noche completa con coreografía de Goyo Montero (Madrid, 1975), actual director del Ballet de la Ópera Estatal de Nuremberg, y sobre la genial partitura de Sergei Prokofiev (1891-1953), interpretada por la Bilbao Orkestra Sinfonikoa (BOS), bajo la batuta de Günter Neuhold.

Un título como “Romeo y Julieta” supone por sí mismo un reclamo suficiente para congregar a un nutrido número de público, tal y como fue el caso en ambas actuaciones en el coliseo bilbaíno. De la fecunda producción literaria William Shakespeare (1564-1616) surgió la tragedia de los amantes de Verona (1597), dos jóvenes de familias enemistadas de forma acérrima –los Capuleto y los Montesco– que se enamoran y sufren un cruel destino. Precisamente, este destino, la fatalidad o el hado de la muerte juega un papel importante en la versión coreográfica creada por Goyo Montero para la compañía que dirige y que fue estrenada en 2009. La Reina Mab (Ryan Ocampo) –criatura en miniatura que conduce su carro a través de las caras de personas durmientes, les obliga a soñar y a cumplir sus deseos– se convierte, al mismo tiempo, en el maestro de ceremonias, narrador de los monólogos del Bardo de Avon en su lengua natal y personaje, cuyas manos dirigen los hilos y los tempos de la obra.

Premio Nacional de Danza 2011, Goyo Montero apunta de manera genérica las características esenciales de Capuletos y Montescos, como una turba ingente que se profesa enemistad entre sí, aunque no fácil de diferenciar ni siquiera por su vestimenta, en la que priman los colores negros y ocres, con la única excepción de rojo para Mercucio y Julieta (segundo acto) como premonición de la sangre que va a ser derramada. La masa popular es la que nutre las grandes escenas corales que conforman gran parte de la obra, especialmente, la primera parte. Como coreógrafo, Goyo Montero se caracteriza por un lenguaje limpio, de ideas sobrias y ejecución compleja, con una buscada geometría y cierto gusto por lo acrobático. Las líneas puras en el espacio son una constante de su trabajo. Además, esa acusada geometría se apuntala más con la iluminación.

Amigos y enemigos

En el desarrollo coreográfico, Montero construye frases bien definidas, de gran intensidad, trufadas de rotundas caídas al suelo –buena muestra de la dificultad y resistencia necesarias para ejecutar su trabajo-, y aderezadas con algunos cánones. Especialmente impactante en el aspecto visual y plástico, es la escena del baile de máscaras en el que se conocen los protagonistas. Se despliegan diversos pendones dorados como telones de fondo, mientras avanzan hieráticas y majestuosas las figuras de los convidados, ataviados de negro, y una hilera de maniquíes con miriñaque –con cierto aire a “Petite Mort” (1991) de Jirí Kylián-. Allí transcurre una multitudinaria escena coral que se vio dificultada por las dimensiones del escenario.

Frente al esbozo de los bandos enemigos, el coreógrafo madrileño construye de forma nítida los roles principales, tanto los protagonistas –Romeo y Julieta– como los secundarios de lujo: Mercucio, Teobaldo, Benvolio, París, Lady Capuleto/Ama, Fray Lorenzo. En la trama shakesperiana, la mayor evolución de un personaje se da en Julieta: de niña ingenua a mujer consecuente con sus decisiones. El proceso de madurez de la joven Capuleto es, quizás, el mayor reto para toda bailarina que interprete a la heroína trágica. Kayoko Everhart encarnó a una Julieta de acusada gestualidad infantil y con una notable vena dramática.

En el caso de Romeo, su porte principesco hace que, en muchas versiones, parezca un personaje relativamente insípido. Sin embargo, con Lucio Vidal, Romeo asoma su lado más humano y afortunadamente imperfecto que otros predecesores idealizados. Los pasos a dos de Everhart y Vidal fueron una buena muestra de energía y dinamismo, en los que la sutileza es un sentimiento muy lejos de la cursilería y ñoñería con la que se edulcora el trágico-romántico amor de Julieta y Romeo, Romeo y Julieta. Dentro de los diferentes espacios escénicos creados por los andamiajes y cajones móviles, la archiconocida escena del balcón adquiere un tono de intimidad diferente.

Otro punto culminante de la obra es la concatenación de muertes de Mercucio (Javier Monzón) y Teobaldo (Joel Toledo). Si bien la primera parte deja sin aliento al espectador por la excesiva saturación de movimiento y acrobacias en la escritura coreográfica, el segundo acto muestra un tono más sosegado, acorde al drama en ciernes que parece manejar a su antojo el oscuro personaje de la Reina Mab.

El estilo Montero

El estilo de Goyo Montero como coreógrafo ha ido evolucionando y se ha ido depurando a lo largo de más de una década. Tras su primera creación, “Cuadrado x 7”, fechada en 2000, el madrileño dio la campanada con el estreno del proyecto “Vasos comunicantes” (2003), en el que unía la danza clásica y contemporánea, representadas ambas disciplinas por Tamara Rojo, Iván Gil-Ortega, Ander Zabala, Mónica Zamora, Iratxe Ansa, Roser Muñoz, Joan Boix y el propio Montero, cuyo estreno tuvo lugar en el donostiarra Auditorio del Kursaal. Después de ese ambicioso proyecto, el bailarín y coreógrafo madrileño continuó explorando su propio lenguaje, evolucionando desde el neoclásico, hasta formas más contemporáneas.

En 2006, despuntó en el panorama de la coreografía a nivel nacional e internacional: estreno de “Desde Otello” con el Ballet de Carmen Roche, Premio de Coreografía en el Concurso Iberoamericano, con la obra “El día de la creación”, montada para el Ballet Nacional de Cuba, Premio ‘Villa de Madrid’ y encargo de “La Bella Durmiente” por Centro Coreográfico de los Teatres de la Generalitat de Valencia (CCTGV). Su puesta de largo como director del Ballet de la Ópera Estatal de Nuremberg tuvo lugar con este “Romeo y Julieta” (2009), una lectura del clásico sumamente personal, en clave puramente contemporánea y verdadera muestra del poso creativo de sus cerca de tres lustros en estas labores. En una galaxia diferente a las versiones más conocidas de John Cranko (1962) y Kenneth MacMillan (1965), el gran hallazgo de Goyo Montero es su capacidad de manejar los tiempos a través del enigmático personaje de Mab.

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