American Ballet Theatre

Otra noche para la historia

Durante la temporada del Metropolitan Opera House la compañía dirigida por Kevin McKenzie, llevó a escena un programa mixto. Los nombres de los coreógrafos “abarcan un siglo”: Mark Morris, Sir Frederick Ashton y George Balanchine. Uno de los invitados especiales fue Roberto Bolle.

Deja un comentario Por () | 27/05/2013

Paloma Herrera and James Whiteside del ABT en "Symphony in C" © The George Balanchine Trust. Foto: Marty Sohl. Gentileza ABT.

Paloma Herrera and James Whiteside del ABT en “Symphony in C” © The George Balanchine Trust. Foto: Marty Sohl. Gentileza ABT.

Tres por tres, pudiera también haber sido titulado el programa variado ofrecido en días consecutivos durante la temporada del Metropolitan Opera House del American Ballet Theatre (ABT), dirigido por Kevin McKenzie, donde resplandecieron obras de distintos coreógrafos y otros tantos estilos definidos como contemporáneo, romántico y clásico por excelencia. Los nombres de los coreógrafos “abarcan un siglo”: Mark Morris (“Drink to me Only with Thine Eyes”, 1988), Sir Frederick Ashton (“A Month in the Country”, 1976), y George Balanchine (“Symphony in C”, 1947).

Sobre música de Virgil Thompson, magníficamente interpretada –con el piano en la escena– por Barbara Bilach,  “Drink to Me Only with Thine Eyes”, incluyó entre sus doce intérpretes, a bailarines principales, solistas y coro. Había pasos en punta para las mujeres, del mejor estilo clásico, igual que otras calzaban zapatillas suaves. El  sencillo vestuario en blanco (batas cortas de tela ligera para las bailarinas, y camisas y pantalones para los hombres), original de Santo Loquasto, contribuía a la  agradable sencillez de la pieza, en la que, no obstante, el coreógrafo echó mano a pasos rápidos o dificultosos, vencidos todos muy  graciosamente por los avezados intérpretes.

Las secuencias  bailables fueron divididas en pasos a dos, grupos y solos. En esto último, Marcelo Gomes volvió a exponer la correcta forma de terminar los pasos: exactitud y limpieza en abundancia… Una estampa sumamente impresionante, de la que solo queda repetir: Bravo, Marcelo…

Ashton en la escena

“Un mes en el campo” (A Month in the Country), como tituló su coreografía el nunca suficiente-bien-ponderado Sir Frederick Ashton, basa su historia, libremente, en una obra de Ivan Turgenev, sobre la elegante estancia veraniega de la familia de Natalia e Yslaev, que incluye a Kolia,  hijo de ambos,  a Vera, jovencita al cuidado de Natalia. También está presente Rakitin, admirador y confidente de la señora de la casa, la mucama Katia. Ese verano llega el atractivo estudiante Beliaev, quien servirá de tutor a Kolia.

De entrada, cuando el telón se descorre, aparece un elegante salón que evoca un ambiente de total tranquilidad (al estilo de los años 1845) y buen gusto: una sala señorial, con un ventanal que  permite ver un jardín de gran verdor. En los diseños de Julia Trevelyan Oman, para el salón de la casa,  igual que para el vestuario, prevalecen los colores suaves, incluyendo el blanco.  La partitura musical,  la romántica y bella música para  piano de Chopin  –con Emily Wong en el instrumento–, incluye además partituras para piano y orquesta (Fantasía de Aires Polacos, y el Andante spianato y Gran Polonesa), cuya orquestación fue realizada por John Lanchbery.

Siguiendo la historia, muy pronto la sosegada atmósfera de la estancia se pone “patas arriba”, por la apabullante hermosura del joven y nuevo tutor y los celos que surgen entre la adolescente Vera y Natalia. Esta última, por su aburrimiento, también se siente atraída hacia él. Beliaev juguetea con la admiración de las féminas (incluyendo a Katia, la mucama), sin percatarse de los problemas que esos sentimientos traen consigo. ¿Se enamora de alguna de ellas, como parece ser el caso con Natalia, la gran señora de la estancia? La flor que deja a su partida a los pies de ella, así parece indicarlo.

El confidente Rakitin, al comprender  lo que está sucediendo, opta por una solución rápida e  insta  al atractivo tutor a abandonar la plaza con él, para así “restaurar la normalidad en la familia”. Beliaev está de acuerdo y abandona la posición recién adquirida. Kolia, que nunca entendió lo que estaba sucediendo, resume su rutina de juventud, volando un papalote. Mientras, Vera tendrá que calmar su corazón, buscándose un nuevo novio, o casándose con quien la familia escoja para ella.

La coreografía que Ashton creó –entre las últimas hechas por el magistral coreógrafo– se puede considerar como una de las mejores.  Julie Kent, en el rol de Natalia, desgrana la coreografía con una ligereza tal, que parecía volar por la escena. Sus rápidos pas de bourées eran cristalinos… casi vertiginosos. Vistiendo ropa delicada, de color blanco, sus facciones recordaban una estampa comparable a las madonnas de Rafael. La belleza de Kent, es impresionante, y ese rol le viene de maravilla, especialmente en los últimos instantes de la obra, en que queda sola, rosa en mano,  con sus recuerdos.

Kolia, interpretado por Daniil Simkin, le dio al público lo que siempre desea ver: técnica virtuosa (múltiples vueltas y saltos de gran elevación). Vera, a cargo de Gemma Bond, salió airosa en su ejecución, igual que Jared Matthews como Rakitin y Stella Abrera como Katia. Victor Barbee tuvo poco que hacer como Yslaev, el complaciente esposo de Natalia.

La actuación del magnífico bailarín italiano Roberto Bolle, como el conflictivo Beliaev, no creo haya complacido a muchos, salvo que solo ver su magnífica figura y hermosas facciones en la escena,  representan un regalo para la vista. Hace años, Anthony Dowell cubrió el mismo rol. Bolle hizo su entrada en la pieza como vencedor, no como humilde tutor, según lo presentaba Dowell. Bolle parecía jugar con todas las damas de la casa. Dowell se veía agradecido a la par que temeroso a sobrepasarse. Cuando le dedicaban demasiada atención, se veía confuso por no saber si debía aceptarlas o desecharlas. Sin embargo, cuando el personaje sucumbe a la pasión que Natalia demuestra (y él comparte), la emoción en Bolle no fue tan notable como la que Dowell pareció sentir.

Un clásico de Balanchine

Terminando la noche, le llegó al momento al gran Balanchine y su “Symphony in C” de Bizet,  coreografía originalmente creada para el Ballet de la Ópera de París en 1945, que entonces fue titulado “Le Palais de Crystal”. En su estreno estadounidense, en 1948, no obstante,  aparecería con el nombre actual, que conserva en el presente.

Los cuatro movimientos de “Symphony”, tienen modalidades diferentes de acuerdo con los ritmos. Cada uno lleva al frente una pareja diferente: Paloma Herrera y James Whiteside son los primeros principales en aparecer; continuaron Verónica Part con Cory Stearns; luego siguieron Xiomara Reyes e Ivan Vasiliev, y para terminar, les tocó el  turno a Sarah Lane junto a  Sascha Radetsky, además del nutrido grupo que va en aumento de Corps de Ballet. Los más destacados en la obra esa noche, fueron, sin duda alguna, Herrera por su extraordinaria rapidez y limpieza técnica, igual que Stearns, por su excelencia como compañero.

Aplausos de nuevo para Willkins, y David LaMarche, a la batuta…. Otra noche para la historia.

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