Carlos Acosta, el portentoso bailarín cubano en sus 42 primaveras, después de triunfar con su virtuosismo técnico e interpretativo en los principales escenarios del orbe, decidió acometer un nuevo desafío: fundar su propia compañía de danza en su país natal. Anteriormente sorprendió como coreógrafo, e incursionó en dos géneros literarios. En abril, debutó con Acosta Danza en la sala García Lorca del ahora flamante Gran Teatro Alicia Alonso de La Habana, con dos programas diferentes montados y ensayados en solo seis meses, acometidos por un inteligente y esforzado equipo técnico. Y, por supuesto, bailado por los 25 bailarines locales, seleccionados en audiciones abiertas, provenientes de compañías de danza contemporánea o ballet, o recién egresados de las reconocidas escuelas de ballet y danza nacionales.
Acosta había expresado previamente en una multitudinaria conferencia de prensa, su interés seminal de crear una compañía de gran ductilidad en sus técnicas y “novedosa” en los movimientos estilísticos. Y también, a partir de la diversidad aportada por los creadores nacionales o foráneos -con una real contemporaneidad-, así como interpretar y ejecutar el repertorio llamado “clásico”, o el “neoclásico”, sacralizados por la historia de la danza o por la tradición en las artes escénicas.
El programa “contemporáneo” de la primera semana incluyó cuatro piezas en reposición y un estreno mundial. Entre los “revivals”: “Alrededor no hay nada” (2006), una laureada coreografía del español Goyo Montero sobre cuatro poemas de Joaquín Sabina y Vinicius de Moraes, cuyas propias declamatorias sirvieron de intrigante soporte “musical” a las cinco parejas ataviadas de riguroso negro, con ciclorama del mismo color de fondo auxiliadas por las sillas respectivas. Le siguió “Fauno”, un fabuloso dúo para una pareja mixta creado para el Sadler´s Wells de Londres, en 2009, por el coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui, interpretado aquí por Yanelys Godoy y Julio León. Dos espléndidos bailarines, quienes regalaron una audaz, apasionada y sensual interpretación cargada de notable calidad de movimiento, con el consecuente éxito de público y de la crítica cada noche, además del valor agregado de la música de Debussy, el innovador vestuario de Chalayan y el diseño de luces de Adam Carrée.
La bailarina y coreógrafa cubana Marianela Boán (residente por más de dos décadas en el exterior), retornó a su natal Habana para remontar su conocido dúo masculino “El cruce sobre el Niágara”, estrenado por Danza Contemporánea de Cuba en 1987, con el soporte de una música vibrante y emotiva de Olivier Messiaen. Boán encontró la inspiración creativa en la pieza teatral homónima del peruano Alonso Alegría. Con dos atléticos danzantes de gran control corporal, capaces de ser armónicos, y de conseguir la conmovedora entrega de esta pieza minimalista “avant la lettre”, que por su vigencia puede calificarse de un “clásico” de la danza contemporánea cubana. Sus intérpretes actuales fueron Mario Sergio Elías y Raúl Reinoso, ambos de una asombrosa intensidad dramática. La pieza contó con el experto diseño de luces de Carlos Repilado, laureado con el Premio nacional de danza 2016.
El único estreno mundial propuesto, esta vez, por Acosta Danza para iniciar su andadura planetaria es “De punta a cabo”, creación del bisoño coreógrafo Alexis Fernández (Maca), en una transición de su carrera como bailarín. Maca ha pretendido, situando toda la acción en un set único que muestra escenas populares en un anochecer del Malecón habanero, llevar a la danza “sus impresiones sobre la Cuba de hoy, un país de mezclas y contrastes”. Con la participación de casi todo el elenco de Acosta Danza, se tradujo en un débil trabajo coral al no lograr las necesarias articulaciones, para clarificar la “mixtura” de lo tradicional y lo moderno.
Después de una prolongada pausa, se abrió el telón para dar paso al último título anunciado: la nueva versión de “Carmen” de Carlos Acosta, siempre sobre la novela homónima de Prosper Merimée y la música de George Bizet, orquestada por el ruso Rodión Schedrin (por encargo de Alberto Alonso para el estreno Moscú de “su” Carmen). Una producción mejorada de la interpretada, en 2015, por el Royal Ballet de Londres (según confirman testigos del Covent Garden). Aunque no es menos cierto que, a lo largo de la pieza, se evidenciaron los guiños a las versiones referenciales, como la de Alberto Alonso, o en menor grado la de Roland Petit, sin menoscabo a lo diseñado por Acosta.
De los dos elencos programados, en el primero se vio una admirable entrega de Laura Treto, por su sólida técnica y la apasionada interpretación del papel titular, y un meritorio Don José encarnado por el bisoño Javier Rojas, recién egresado de la academia con 18 años. De fina estampa pero con una caracterización del personaje aun en ciernes. Como partenaire, su desempeño tuvo el fuste necesario. Los comprimarios, tal Zúñiga por Alejandro Silva, en una sobria pero precisa ejecución, y particularmente el Escamillo de Luis Valle, en sus solos virtuosos y los dúos eróticos con Carmen, se robaron las salvas de aplausos en la noche inaugural.
A la versión de Acosta se le podrían marcar puntos débiles, como el escaso empleo del personaje del destino-toro. Sin embargo, las escenas de la taberna alcanzaron un punto álgido con la intervención del afamado bailaor Rafael Amargo y su conjunto en una serie de palos del flamenco y de su notable cantaora gitana Genara Cortés. La respuesta masiva y bulliciosa del respetable, que colmó la Sala García Lorca cada noche, no se hizo esperar. La música en vivo fue un aliciente más, especialmente por un desempeño aceptable del conjunto orquestal (brillante la sección de las percusiones) dirigido por el maestro Giovanni Duarte.