Con una original función de Gala, concebida por el talentoso coreógrafo cubano Alberto Méndez, el Ballet Nacional de Cuba (BNC) festejó en grande los 95 juveniles años de su excelsa cofundadora, directora y prima ballerina assoluta, Alicia Alonso. Aconteció en la víspera de su real nacimiento habanero, el 21 de diciembre de 1920, en una abarrotada Sala Avellaneda del Teatro Nacional de la capital cubana.
El veterano maestro Méndez, después de un extrañamiento de varias décadas de la compañía de la que fue su alma mater e intérprete de la mayoría de sus más exitosas piezas, aceptó el requerimiento de su dirección. Y así asumió la dirección artística de este histórico acontecimiento de ballet.
Contó con bailarinas y bailarines de todas las generaciones –desde los primeros rangos hasta los más jóvenes de las filas del cuerpo de baile, así como del equipo técnico y musical–, para rendir merecido tributo a esta eximia maestra. Alicia Alonso, en su longeva carrera profesional sorprendió a más de un experto de la danza académica por su talento dramático, técnica deslumbrante, poderosas puntas y una elegancia cubana en la entrega de los diversos estilos. A eso se sumó una asombrosa memoria coreográfica, e igualmente intrigó a los especialistas en gerontología.
Con razón se repite, como una verdad de Perogrullo, que estamos en presencia de una “leyenda viva”. Recordemos al pasar, cuántos crueles avatares ha debido superar con coraje, desde su primera crisis oftalmológica en 1942 hasta el presente.
Honestamente, debemos reconocer a Méndez que, en un reducido tiempo de preparación y ensayos, consiguió una producción original, con un montaje coreográfico imaginativo, el cual fluyó en menos de dos horas ininterrumpidas. La escena de apertura mostró, con sobriedad minimalista –algunos telones y ciertos elementos de atrezzo–, el meollo de su concepción: una juvenil estudiante recoge del proscenio una zapatilla de puntas dorada y se la ajusta al pie, y al final del espectáculo la entrega en las manos de la Alonso. La diva, cual una diosa de la danza –ataviada toda de negro con brocados plateados–, estaba sentada al fondo de la escena, rodeada de toda su compañía nacional.
Antes de llegar a este punto, vimos desfilar escenas de los grandes clásicos del repertorio cuyas interpretaciones por la Alonso han resultado icónicas en su larga andadura mágica sobre los escenarios de la isla y del resto del mundo: Giselle, Odette-Odile, Aurora, Swanilda, Lisette o Carmen. Cada uno de estos personajes fueron interpretados con sincera entrega por las notables primeras figuras del elenco del BNC. Arropados por los solistas y cuerpo de baile, y apoyados por el acompañamiento musical acertado, esta vez, por la Orquesta sinfónica del Gran Teatro Alicicia Alonso de La Habana, bajo la dirección del maestro Giovanni Duarte.
En este tipo de celebraciones, lo sabemos, no todo sale a pedir de boca, a pesar de los talentos y las buenas intenciones del director artístico, de sus colaboradores y de los danzantes. Naturalmente, hubo sus luces y sombras. Algunas de ellas provocadas por los recursos tecnológicos existentes, u otras causas de tipo humano. Y dentro de las subjetividades personales, se pudiera reprochar ciertos momentos de dudoso buen gusto. Otros van dirigidos a las licencias adoptadas que sacrifican las coreografías originales, al sufrir cambios o mutilaciones, ora justificadas o no.
Por ejemplo, una Odette que baila el “adagio” del segundo acto con dos primeros bailarines, ahora es un pas de trois…; la escena de Aurora y los príncipes aspirantes en “La bella durmiente”; por solo citar estos “tópicos” que saltaron a la vista.
Cabe dejar una sincera felicitación al departamento del BNC que elaboró, diseñó y realizó el programa de mano: pieza de colección, por la cita de textos de la propia Alonso publicados en su libro “Diálogos con la danza”, y las fotografías excelentes, seleccionadas de diversos archivos y debidas a notables artistas de la lente, locales e internacionales.
Por supuesto, la gran dama fue trasladada al proscenio por dos primeros bailarines, en medio de atronadores vivas y aplausos, cuando irrumpió la orquesta con el “happy birthday” versionado a la cubana. Y la audiencia, junto con los bailarines, coreaban el canto, mientras la Alonso regalaba, pletórica de felicidad, sus emblemáticos saludos: ondulantes port de bras, ligados a impensables reverencias.