Atlanta Ballet

Cuando la magia llega al corazón

La compañía dirigida por Gennadi Nedvigin llevó al Opera House del Kennedy Center la versión de “Cascanueces” de Yuri Possokhov del 27 de noviembre al 1 de diciembre. Una puesta que rompe con los conceptos tradicionales, se afirma en una sólida coreografía y bellos efectos visuales.

Deja un comentario Por () | 02/12/2019

Herr Drosselmeier lleva a Marie a un universo deslumbrante en “Cascanueces” de Yuri Possokhov, interpretado por el Atlanta ballet en el Kennedy Center. Foto: Gene Schiavonne. Gentileza JFKC.

Herr Drosselmeier lleva a Marie a un universo deslumbrante en “Cascanueces” de Yuri Possokhov, interpretado por el Atlanta ballet en el Kennedy Center. Foto: Gene Schiavonne. Gentileza JFKC.

Cuando los engranajes de los relojes comienzan a multiplicarse como por arte de magia sobre la pantalla, estallan nuevas imágenes que permiten espiar un mundo diferente.

Como en un torbellino, el hechizo se apodera de los espectadores y los transporta, en una suerte de vértigo incontrolable hacia una ciudad alemana, maravillosa, bella, enternecedora, como en los libros de cuentos. La cámara recorre, en un vuelo incontenible, cada una de las calles de ese pueblo imaginario hasta que llega a captar a ese extraño personaje, constructor de sueños y de enigmas: el propio Herr Drosselmeier.

Así comienza este “Cascanueces” de Yuri Possokhov, coreógrafo residente y ex primer bailarín del San Francisco Ballet, que el Atlanta Ballet llevó al Opera House del Kennedy Center en el fin de semana del Día de Acción de Gracias. En esta fecha, que marca el comienzo de la temporada de Navidad en los Estados Unidos, el “Cascanueces” es un clásico. Pero éste, en particular, se instala sobre la historia tradicional con un concepto diferente que incorpora magníficos efectos visuales, de gran belleza y armonía.

Un gran libro en escena va contando en imágenes la trama del “Cascanueces” que el Atlanta Ballet estrenó en Washington en la semana del Día de Acción de Gracias. Foto: Gene Schiavonne. Gentileza JFKC.

Un gran libro en escena va contando en imágenes la trama del “Cascanueces” que el Atlanta Ballet estrenó en Washington en la semana del Día de Acción de Gracias. Foto: Gene Schiavonne. Gentileza JFKC.

Possokhov creó un Herr Drosselmeier, el relojero, fabricante de muñecos mecánicos, y padrino de los niños Stahlbaum, que rompe con el estereotipo. En este caso, es el que narra la historia y es, a su vez, hacedor y protagonista de esta trama visual y real, donde se mezclan proyecciones y acciones protagonizadas por los bailarines. Algunas escenas retrotraen a algunos filmes animados, otras rememoran a aquella bella película de Martin Scorsese, “Hugo”, y por momentos, también recuerdan el concepto creado por Robert Zemeckis en “Who Framed Roger Rabbit” donde la realidad y la animación se entrelazan.

Y si bien no se trata de la típica fiesta navideña de “Cascanueces”, plena de elegancia y formalidad, aquí el coreógrafo intenta despegarse del cliché y diseñar su propia fiesta. Sin muñecos mecánicos, pero con bellos títeres danzantes. Sin árbol de Navidad que crece durante el sueño de Marie, pero con muebles inmensos y un deslumbrante mapa de las constelaciones que incita a transitar por las estrellas.

Este “Cascanueces”, quizás uno de los más refinados y modernos en cuanto al concepto estético, permite sonreír, sorprenderse y sumergirse en su propia magia. De hecho, Possokhov hace que el espectador abra el libro de su propia imaginación y deja que las páginas vayan corriendo a medida que transcurre la historia, de la misma forma en la que un niño podría devorar ese inquietante libro de E. T. A. Hoffmann, “El Cascanueces y el rey de los ratones” escrito en 1816.

Una concepción inteligente, multimedia, donde prevalece el humor delicado y fino, contada con una mirada romántica que aparece desde el principio en una escena en la que una pareja de patinadores sobre hielo se besan mientras la gente que pasa los mira.

Todo es enternecedor en este “Cascanueces” en el que Possokhov reafirma su refinamiento como coreógrafo, una cualidad que viene demostrando desde hace más de 20 años cuando estrenó sus primeros trabajos con el San Francisco Ballet. Danza fluida, delicada, consistente, bien estructurada y asombrosamente musical.

Con bellísimos trajes realizados por de Sandra Woodall, ingeniosos trucos visuales en la escenografía de Tom Pye; proyecciones de Finn Ross y una estupenda iluminación de David Finn. Quizás esta es una de las pocas realizaciones en la que los efectos especiales no sirven de excusa para una narración coreográfica débil. Todo lo contrario.

Marie, la niña Stahlbaum, interpretada con sutil candidez por Remi Nakano, permite entrar en una trama en la que el espectador también es cómplice del sueño, de la aventura y del romance. La niña se enfrenta a los ratones que se deslizan sobre sus barrigas, que caminan por las cornisas de la casa, y pelean con crueldad. Las muñecas-bailarinas y los soldados de madera saltan de un gran armario para ayudar a Marie a luchar contra los ratones.

En su sueño como adulta, Marie (Airi Igarashi) baila con un apuesto príncipe Cascanueces (Vitor Luiz). Un gran trabajo de la pareja solista, cuya musicalidad se reafirmó en cada uno de los pas de deux creados por el coreógrafo. Apoyados por una compañía sólida y atractiva.

Desde ese inmenso libro de cuentos suspendido en escena, en el que las páginas fueron pasando una a una, este “Cascanueces”, aporta una nueva mirada que vuelve a iluminar la ilusión y el romanticismo, como también, la belleza de la danza en todo su esplendor.

 

Basado en el libro de E. T. A. Hoffmann, "El Cascanueces y el rey de los ratones” escrito en 1816, Yuri Possokhov recrea la historia desde una visión tecnológica y romántica. Foto: Gene Schiavonne. Gentileza JFKC.

Basado en el libro de E. T. A. Hoffmann, “El Cascanueces y el rey de los ratones” escrito en 1816, Yuri Possokhov recrea la historia desde una visión tecnológica y romántica. Foto: Gene Schiavonne. Gentileza JFKC.

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