Ballet Nacional de España

Con paleta de pintor

“Sorolla”, inspirada en la obra de Joaquín Sorolla, se presenta en Naves del Español, Matadero de Madrid hasta el 30 de junio. El director de escena es Franco Dragone, y la coreografía es de Arantxa Carmona, Miguel Fuente, Manuel Liñán y Antonio Najarro, director de la compañía.

Deja un comentario Por () | 19/06/2013

El Ballet Nacional de España presenta “Sorolla”, propuesta plástica que retoma elementos de la  escuela bolera y otros. Foto gentileza BNE.

El Ballet Nacional de España presenta “Sorolla”, propuesta plástica que retoma elementos de la escuela bolera y otros. Foto gentileza BNE.

Propuesta de integración de “todos los estilos de danza de España”, según las palabras de Antonio Najarro, director artístico del Ballet Nacional de España, “Sorolla” nace como una propuesta de inspiración plástica y vocación totalizadora, inspirada inspirado en la colección “Visión de España” que el pintor valenciano Joaquín Sorolla creó para la Hispanic Society de Nueva York en 1911.

El creador rescató algunos de los estilos folclóricos que dan cuenta de la riqueza coreográfica y cultural de España, tales como la muñeira, la jota aragonesa, y otros, pero también algunas piezas de escuela bolera y tres escenas de flamenco que se desarrollan a compás de tangos, fandangos y bulerías.

La obra, que se presenta en Naves del Español, Matadero de Madrid del 12 al 30 de junio, tiene como director de escena a Franco Dragone, y coreografía de Arantxa Carmona, Miguel Fuente, Manuel Liñán y Antonio Najarro. Mientras el diseño y la adaptación de vestuario son de Nicolas Vaudelet y la música del valenciano Juan José Colomer.

“Sorolla” se presenta bajo la forma de una galería coreográfica en la que las diferentes escenas de baile se corresponden en mayor o menor medida con las escenas pintadas por el valenciano, tanto en la forma (vestuario, ciertas alusiones posturales respecto de las figuras representadas plásticamente) como en el fondo (respecto a la ambientación de las escenas a las que se da vida).

Una bailarina clásica, pies descalzos, parece representar el papel del espectador dentro del cuadro, como un segundo hilo conductor que introduce al observador dentro de la escena observada. Pero su rol no parece cuajar más allá de la anécdota y de las leves interacciones que realiza con alguno de los bailarines, como tras el aurresku vasco (una danza vasca que se baila a modo de reverencia), en el que la bailarina insinúa un cierto deseo de interacción con uno de los bailarines.

Lo menos favorable del espectáculo es la excesiva “espectacularización” que preside en ciertas escenas de la obra, con momentos de cierto efectismo de luces, música hollywoodiense y exacerbación de la expresión que roza la pantomima.

Lo más notable, la versatilidad de los bailarines en las diferentes danzas, en Elche el trabajo de la neutralidad expresiva del rostro de las bailarinas y el tiempo sostenido de los movimientos de las manos, el virtuosismo técnico de Sergio Bernal y la majestuosidad y presencia, tanto técnica como expresiva, de la bailaora Esther Jurado

 

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