Con emoción anticipada por la asunción de Tamara Rojo en el rol que durante 37 años cumplió Helgi Tomasson, el San Francisco Ballet (SFB) mantiene, por sobre todo, su rasgo de diversidad.
Quizás la confluencia de algunos eventos culturales hizo que en 2020 algunos miembros de la administración del SFB acusaran a la institución de falta de diversidad en su personal artístico.
El ex bailarín, maestro de ballet y coreógrafo del SFB, Carlos Carvajal, llamó mi atención sobre esta acusación publicada en el San Francisco’s Chronicle.
Me encargué de examinar las listas de bailarines que la oficina de prensa de la compañía produjo durante casi dos décadas. Hice los cálculos por cada temporada y por rango, y los coloqué en el sitio web de woollywesterneye. Y nada podría haber estado más lejos de los hechos.
Es cierto que tres bailarines de ascendencia afroamericana se unieron a la compañía, y luego se fueron a bailar a otro lugar. No obstante, la compañía mostró un sano respeto por el talento, independientemente del origen de nacimiento de los bailarines.
Con la incorporación de Katisha Fogo en el verano de 2021, el SFB podría afirmar que uno de sus primeros bailarines es de color. Al menos, parcialmente, dado que el padre de Fogo es oriundo del Caribe y su madre, nativa de Suecia. Un detalle que se suma a la diversidad de los 72 bailarines.
La compañía se verá reforzada este año cuando Isaac Hernández regrese como bailarín principal de la compañía que honró antes de partir hacia su carrera europea. Queda por ver qué cambios se producirán durante esta primavera cuando se renueven los contratos.
La compañía enumera a 22 bailarines principales, seis de los cuales son estadounidenses de nacimiento, tres de China, dos de Canadá y uno de cada uno de los siguientes países: Australia, Dinamarca, Estonia, Francia, Italia, Japón, México, España, Suecia y Reino Unido.
Hay 17 solistas de países como Argentina, Brasil, Inglaterra, España, dos de Japón, y once de los Estados Unidos. Fuera de esa lista, hay varios de ascendencia rusa y filipina.
Conté treinta y dos bailarines del cuerpo de baile cuyos lugares de nacimiento son tan diversos como Zimbabue, Austria, Australia, mientras que de los Estados Unidos hay una lista de 18 miembros.
Un buen número de países han contribuido con dos bailarines: Brasil, China, Francia, Italia. Los que tienen un solo representante son: Australia, Austria, Corea, México, España y Zimbabue. Y ni siquiera me refiero a la etnia de la administración artística, que incluye profesionales de Islandia, Rusia y Colombia, así como a los bailarines nacidos en los Estados Unidos de ascendencia italiana y escandinava.
Al recopilar estos lugares de origen y observar la frescura de esos bailarines, se registran dos impresiones, una práctica y otra emocional. La primera, la práctica, es el costo que implica llevar a estos profesionales a sus posiciones actuales. Primero, lo que significa en la vida familiar en cuanto a sus finanzas, programación, y por último, el hecho verlos partir de su entorno. En segundo lugar, el coraje diario y de largo alcance para ejercer una profesión difícil e intensa con relativa brevedad, aunque la participación y las actividades alternativas pueden justificar la inmersión en un mundo muy especializado. Buen viaje a estas almas especiales.
También confío en que esta “recitación” responderá a aquellos que cuestionan la diversidad.