Hoy, 31 de agosto, nuestra Celita cumpliría 99 años. Y quiero recordarla con el corazón. Hoy, “mi amiguita”, como siempre nos llamábamos, quizás está recordando que en este mismo día las dos nos reíamos porque también era el cumpleaños de mi madre y, sin dudas, las dos, como virginianas, eran tremendamente parecidas. Recordar a Celita para mí, no es solo recordar a una de las colaboradoras más fieles, más intensas y más apasionadas de Danzahoy. Es rendirle homenaje a una amiga entrañable.
Recuerdo que un día, en 2001, hacía apenas un mes que la revista había salido en la web y recibí un correo electrónico de Célida Parera de Villalón ofreciéndose para colaborar con Danzahoy desde la “Gran Manzana”, así lo escribió. A partir de allí, y hasta que sus manos ya no tuvieron fuerzas para apretar las teclas de la computadora, Celita siguió colaborando, aunque muchas veces, me dictaba las críticas por teléfono porque se le hacía difícil tipear, y las íbamos haciendo juntas. Su pasión podía más que su físico.
Pero Celita no fue sólo una periodista de Danzahoy, fue un pilar fundamental para la revista, y también lo fue para mí. Sus palabras estuvieron conmigo en momentos de alegría y de dolor, en momentos de desconcierto y desánimo, personal y profesional. “Mi amiguita”, siempre estuvo con su energía exuberante y su enorme ternura.
“Mira pa eso”, me decía, sin perder su natural cubanía que llevaba pegada en el alma. No podía ser más cubana, aunque desde 1959 se había radicado en Nueva York. Fue la primera de la familia que llegó a los Estados Unidos en aquella época en la cual los cubanos empezaban su diáspora. Y antes de que 1959 terminara, Celita, logró traer a su marido, a sus dos hijos y a su madre, para comenzar una nueva vida sin el mar y sin sus paisajes.
Pero Celita era la historia de la danza en sí misma. Las horas no alcanzaban para terminar de escuchar sus relatos, mirar la enorme colección de fotos que casi, cubrían el siglo entero. Creció junto a sus primos, Alberto y Fernando Alonso, estuvo cerca de su tía, Laura Rayneri de Alonso, madre de los fundadores del ballet cubano. Y fue parte del personal administrativo de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana. Celita, con su espíritu inquieto y su pasión, puso su vida en ese proyecto que convocó a artistas locales e internacionales. Y ya en el exilio, escribió “Pro-Arte Musical y su Divulgación de Cultura en Cuba” (Senda Nueva, Ediciones, Nueva Jersey, 1990), el único libro que se convierte en testigo de una época que había quedado en la oscuridad. Hace algunos años, su hijo Luis la ayudó a traducirlo al inglés.
Uno de sus trabajos sobre danza se publicó en la International Encyclopedia of Dance (Oxford University Press, New York, 1996). Pero antes, ya había publicado “Historia Concisa del Ballet en Cuba” (1974) como parte de su testimonio. Charlas, conferencias, premios, reconocimientos se fueron acumulando en todos estos años.
Celita siempre remarcaba que “Pro-Arte”, como ella y muchos llamaron a esta organización, fue la primera sociedad feminista de América latina del primer cuarto del siglo XX, porque estuvo dirigida sólo por mujeres. “Por suerte -me decía muchas veces-, no me tocó estar en Cuba para ver el triste final de Pro-Arte, cuando la desmantelaron borrando toda huella después de la revolución”. Allí quedó su dolor, su herida no cerrada, y esa nostalgia que se anidaba en lo más profundo de sus ojos claros y bellos.
Celita me hablaba como en un cuento de aquellos bailarines que llegaron a Cuba en gira con Ballet Russes de Diaghilev y Ballet Russe de Monte Carlo, donde bailaba una de sus grandes amigas, Alexandra Denisova, primera esposa de Alberto Alonso, y codirectora de la primera Escuela de Ballet en Cuba.
¡Cuántas historias, íntimas y privadas, Celita guardó en su memoria! ¡Cuántos bailarines pasaron por sus ojos! ¡Cuánta pasión nos dejó en el alma!