Barak Marshall

Apasionado y original

El coreógrafo norteamericano-israelí se vinculó con la danza casi por accidente. Empezó a bailar a los veinticinco años, supo rápidamente llamar la atención y fue descubierto por Ohad Naharin, director de Batsheva Dance Company.

Deja un comentario Por () | 03/05/2012

“Rooster”, una obra dotada de un elenco variopinto, que evoca a una comunidad judía del centro de Europa. Foto: Yossi Zwecker. Gentileza HDF.

Cada dos años el equipo siempre tan visionario del Holland Dance Festival recorre el mundo en busca de los mejores espectáculos de danza y los trae a La Haya para exhibirlos durante el mes que dura el evento. Uno de los artistas más renombrados en estos momentos es el norteamericano-israelí Barak Marshall, quien comenzó a hacer coreografías casi por accidente.

El coreógrafo, que empezó a bailar a los veinticinco años, supo rápidamente llamar la atención y fue descubierto por Ohad Naharin, el director artístico conocido en los Países Bajos por sus trabajos para el Nederlands Dans Theater, quien le brindó la oportunidad de convertirse en el coreógrafo residente de la Batsheva Dance Company.

Pero a pesar de la influencia de Batsheva, Marshall supo preservar su estilo personal, capaz de crear apasionantes cuadros de  danza de primerísimo orden, llenos de originalidad y que dan fe de su feroz imaginación escénica. Haciendo uso de recursos naturales, va despellejando una a una las capas formalizadas y codificadas de la danza para acceder a la esencia misma del cuerpo en movimiento y llegar al corazón y al alma de los bailarines, logrando sobre el escenario la absoluta sinceridad tanto de los movimientos como de las emociones.

“Rooster”, la obra que su compañía presentó en el festival, es un espectáculo vehemente y muy animado, dotado de un elenco variopinto y colorido de doce personajes, con vestimentas bellamente evocadoras de una era pretérita en una comunidad judía de algún pueblo de la Europa del este a comienzos del siglo veinte.

La historia está basada en la obra “Bontsche, el silencioso”, de Y.L. Peretz, que cuenta la historia de un hombre extremadamente humilde, despreciado en la tierra pero alabado en el cielo por su modestia. Marshall interpreta esta parábola, sin embargo, en el sentido de que uno no debería tener una autoestima demasiado baja y aboga por confiar en los propios deseos y actuar en consecuencia. La obra, donde inclusive las preguntas existenciales tienen su lugar definido, narra las peripecias del protagonista y los sueños que éste tiene con su amada.

Debido a su timidez, el protagonista sólo consigue su amor en sueños. Es en ese estado onírico en que lo vemos contraer matrimonio con su amada. En varias escenas muy entretenidas, vemos danzar a  Bontsche, con sus ojos muy grandes y abiertos y su aire inocentón, a su amada que posee un temperamento tan suave como el de él y a una tercera mujer, la mala de la película, perversa acosadora que con humor impagable, completa el triángulo amoroso.

Los habitantes del pueblo constituyen el resto del elenco, incitando, adulando o provocando a los protagonistas, mientras que una cantante adopta el papel de madre y comenta sobre la acción al modo que lo haría el coro de una tragedia griega.

Los artistas logran darle vida al idioma de la danza de Marshall con vibrantes dosis de entrega y energía, danza que supo nutrirse (al igual que la pintoresca música), del crisol étnico de culturas en el que le tocó crecer.

Vemos secuencias sorprendentes, abruptas e inesperadas, ejecutadas con gestos certeros y articulados, sugiriendo infinitas posibilidades, frecuentemente realizadas al unísono y con sincronizaciones dotadas de un perfecto sentido del tiempo escénico. El espectáculo, a pesar de algunos estacatos, es visualmente brillante y lírico, con una musicalidad muy pegadiza (sobre todo, la parte de los valses).

Marshall nos dispara con una batería de astutos recursos escénicos, como las plumas de avestruz rosadas de vaudeville y hasta nos sentimos de pronto parte de un colorido cuadro de Chagall (donde solamente falta la vaca), cuando los pobladores levantan en vilo a Bontsche, parece que flotara en el cielo con la cabeza apoyada sobre una almohada.

Somos testigos de una danza exuberante, una celebración de la alegría del movimiento, libre y sin ataduras. Sin embargo, el conjunto logra encuadrarse en una estructura clara como el agua, al servicio de una técnica interpretativa que nos toca, nos emociona y nos entretiene en idéntica medida. En resumen, “Rooster” es un espectáculo magnífico y el público respondió con gran entusiasmo.

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