Nos enfrentamos a un desafío teatral, es decir una nueva versión del ballet “Romeo y Julieta” con la música que compuso el ruso Sergei Prokofiev para le primera producción de un ballet sobre la tragedia homónima de William Shakespeare, que fuera estrenada en 1938, en el teatro de Brno -ciudad de la antigua Checoslovaquia-, con libreto de Leonid Lavrovski, S. Radlov y el propio Prokofiev y coreografía de Ivo Psota, quien bailó como Romeo junto a Zora Semberová como Julieta.Se trata aquí de la concebida por el joven coreógrafo cubano Iván Monreal, esta vez estructurada en un prólogo, dos actos y un brevísimo epílogo, por lo cual logra una reducción de las tres horas de duración de la original en unos digeribles 70 minutos.
En consecuencia, la banda magnetofónica con la música orquestal de Prokofiev tuvo que ser editada al efecto y en función del montaje ejecutado por la maestra y directora artística Laura Alonso, quien se aplicó “tijera en mano” a recomponer la dramaturgia de esta canónica historia shakespereana.
Este evento teatral aventurado y riesgoso no siempre resultó, visual y narrativamente, de la mayor claridad y solvencia dramática, si tenemos en cuenta que todo concluye con la muerte de los jóvenes apasionados y rebeldes protagonistas. Una de las más excelsas escenas trágicas del repertorio teatral de la era isabelina, y de las sucesivas centurias, de la cual existen modélicas representaciones referenciales (ya sea entre las más conservadoras versiones de ballet como en las más vanguardistas o contemporáneas).
La propia directora general de Pro-danza, Laura Alonso, confesó en rueda de prensa que estaba consciente de alguna observación malsana podría surgir, a la cual no daría importancia, en cuanto a cierto nepotismo presente en esta ocasión: la coreografía original es de su hijo Iván Monreal Alonso, el guión y la dirección artística es de ella, además la presentadora y la Nana de Julieta estuvieron desempeñadas por su nieta, Camila Monreal, actriz e instructora teatral. Los apoyaron profesores y ensayadores, tales como Lourdes Álvarez, Héctor Figueredo, Moraima Martínez, Marta Bercy o Ernesto Fariña, entre otros, así como un entrenador profesional laureado de esgrima del equipo olímpico cubano (las escenas bélicas resultaron convincentes), quienes contribuyeron loablemente a que esta “nave” llegara a buen puerto, aunque no sin que algunos molestos avatares surgieran en su “parcours”.
La compañía de ballet Laura Alonso está conformada, en un 70 por ciento, por estudiantes locales y foráneos (becados por la institución cubana de cultura en el Centro Pro-danza) y por una pléyade de jóvenes talentos como solistas, formados previamente en las escuelas de ballet del país, los cuales defendieron valientemente las exigencias de los papeles protagonistas, alternando los roles en las tres únicas representaciones ofrecidas en febrero sobre la intimidante escena de la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
En cambio, las escenas corales, que se desarrollaron en las plazas de Verona no siempre consiguieron el calificativo de logradas, si bien el intento de magnificencia escénica estaba allí en todo momento, ya sea por el vestuario, los atrezos o los decorados, mas con una tendencia minimalista, si bien emplea algunos detalles ingeniosos para suplir las carencias de ciertos recursos escénicos efectistas.
Breves datos historiográficos.
Al revisar, grosso modo, la historiografía existente de este icónico ballet del siglo XX, se nos ocurre que montarlo por Laura Alonso (hija de la eximia leyenda viva, Alicia Alonso) merecía calificarlo como un reto nacional, cuando ninguna otra agrupación de la mayor de las Antillas se había decidido a hacerlo en los albores del siglo XXI.
También, como excepción, el Ballet Nacional de Cuba produjo el estimulante espectáculo “Shakespeare y sus máscaras”, empero con la música de la ópera homónima del francés Charles Gounod, con adaptaciones orquestales del compositor cubano Juan Piñera, en una versión de ballet-teatro-pantomima concebida por Alicia Alonso hace más de dos décadas aproximadamente. En los anales del ballet en el archipiélago cubano está registrada la producción en cuatro actos creada en 1956 por Alberto Alonso, con el soporte musical de Prokofiev, y sus protagonistas fueron Alicia Alonso e Igor Youskévitch en el antiguo Teatro Auditorium de El Vedado. El mismo coreógrafo acometió otro espectáculo con la misma tragedia, en 1965, sobre la música de Héctor Berlioz, denominándolo “Un retablo para Romeo y Julieta”.
“Romeo y Julieta”, ballet con prólogo, tres actos, 13 escenas y un epílogo tenía tres horas de duración y seguía muy de cerca la tragedia shakesperiana, con especial énfasis en el conflicto social que enfrentaba a las dos poderosas familias feudales de la ciudad italiana de Verona, que finalmente se reconcilian ante la tumba de los amantes.
La música había sido solicitada para la producción soviética, con coreografía de Lavrosvski y escenografía de Peter Williams, estrenada en enero de 1940 en el Teatro Kirov de la entonces Leningrado (San Petersburgo) con Galina Ulanova y Konstantin Sergeyev. Luego, en 1946, tuvo una reposición en Moscú por el Ballet Bolshoi. Posteriormente, varias compañías del llamado “bloque soviético” la retomaron en sus respectivos teatros. La mencionada producción del Bolshoi fue filmada en 1954, y nuevamente grabada en 1976 para la televisión.
La primera producción de este ballet que llegó a Occidente fue de la rusa Margarita Froman para el Ballet de Zagreb, mostrada en Londres en 1955. Posteriormente, aparecieron las versiones de Frederick Ashton, John Cranko, Kenneth MacMillan (la del Royal Ballet llevada al cine en 1966), John Neumeier o Rudi Van Dantzig, entre otros.