Ramiro Guerra

Una ausencia imposible

El 2 de mayo murió en Cuba el padre de la danza moderna cubana, Premio Nacional de Danza en 1999, y una de las figuras más relevantes de la cultura del país. Los especialistas Ismael S. Albelo y Norge Espinosa Mendoza escribieron sobre su vida, su personalidad y su partida

Deja un comentario Por () | 07/06/2019

Ramiro, desde hoy y para siempre 

Por Ismael S. Albelo

Siempre pensamos que los imprescindibles son eternos, que siempre los tendremos ahí, a la mano, para recibir sus hálitos de sapiencia o apoyo para lograr acercarnos a la excelencia. Por eso cuando la realidad nos sorprende con la inevitable muerte humana se nos crea un vacío que nos parece insalvable.

El pasado 2 de mayo se nos fue hacia lo inmortal el maestro Ramiro Guerra, Premio Nacional de Danza en 1999, padre de la danza moderna cubana y una de las figuras más relevantes de nuestra cultura.

Como dijera la Dra. Isabel Monal en sus palabras de despedida, “eres imprescindible en la cultura cubana toda, desde sus inicios, adelante y para siempre”.

Su vida y su obra transitó por todo lo humano y lo divino, desde el rutilante éxito hasta la incomprensión; desde la demanda de sus obras en escenarios cubanos e internacionales hasta la estúpida censura de lo que pudo haber sido la primera pieza de danza-teatro en el mundo; desde el ostracismo en su torre del López Serrano hasta la aclamación pública por autoridades culturales y políticas.

Su iconoclasia era incompatible con lo estanco y lo vetusto, su desprejuicio chocaba con los moldes oficiales, su conocimiento enciclopédico le impedía complacencia con la burocracia y la mediocridad. Para él nada era imposible ni prohibitivo siempre que tuviera una sustancia lógica e inteligente.

Pero ese comportamiento valiente y arriesgado lo hacía una persona muy difícil, a quien era necesario tener muy claras las ideas para dirigirse a él, para pedir consejo u opinión.

Ramiro no decía lo que querías oír sino lo que era necesario escuchar y reflexionar, del modo más directo y sin regodeos, como tomaba el movimiento que aprendiera de Martha Graham. Muchos lo tenían como “imposible”, “indescifrable”, pero los que tuvimos la suerte de trabajar y estar junto a él comprendíamos que esa muralla que su irreverencia le imponía no era otra cosa que sus deseos de la mejor vía para la consecución del trabajo cultural.

Cuando sus cenizas fueron esparcidas en las costas habaneras por uno de sus más fieles discípulos, Santiago Alfonso, parte de su materia se negaba a caer en el mar y se refugiaba en las rocas apoyadas por un viento repentino. ¿Volvía Ramiro a sus guerras contra lo común, lo trillado, lo hecho? Yo pensaba que, aún desde el polvo que era ya su cuerpo físico, Ramiro Guerra volvía a burlarse de lo cotidiano y decía: “Ya me iré para el mar cuando el viento me lleve, mientras tanto reposaré en la roca y que el destino disponga”.  Los tributos florales lo trataban de apartar pero el aire lo mantenían irreverente, iconoclasta, en la costa. Así era Ramiro, uno de los seres imprescindibles, de esos que si no hubieran existido tendríamos que inventar para ser.

Ahora habrá que cubrir ese vacío con su obra, la memorable y la impresa, la que nunca existió resulta la más famosa. ¿Qué haremos ahora sin Ramiro, con quién debatiremos, quién nos criticará, quién nos dirá “Hola, muchachito”?

Vivo lo tuvimos por casi un siglo; inmortal estará entre nosotros eternamente, Ramiro… con sus “guerras”.

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Ramiro Guerra: danzar más allá de la muerte

Por Norge Espinosa Mendoza.

El fallecimiento del maestro Ramiro Guerra, Premio Nacional de Danza,  deja para el arte escénico y la cultura cubana toda, una ausencia que nadie podrá cubrir. Su legado como coreógrafo, profesor, investigador y líder en las apropiaciones de las vertientes modernas y sus postulados en nuestro ámbito dancístico, lo habían convertido ya, desde hace mucho, en una referencia primordial para entender no solo lo relacionado con el desarrollo de una visión más contemporánea entre nosotros. La obra que nos legó este habanero es la de un fundador veraz y convincente, que fue en vida, además, un guerrero y un líder dotado de todas las armas que hay que manejar en busca de la renovación genuina.

Nacido en 1922, de haber llegado al junio de este 2019, le hubiéramos celebrado los 97 años. Renegó de su carrera de abogado para irse en pos de la danza, y tuvo entre sus maestros y guías a figuras como Nina Verchinina, Martha Graham y José Limón. En 1943 bailaba, guiado por Alberto Alonso, en Pro Arte Musical. Viajó a Europa, a Estados Unidos, se integró a las Misiones Culturales animadas por Raúl Roa en 1950, y se forjó como bailarín y coreógrafo en medio de la indiferencia general. Como a tantos cubanos, le sorprendió encontrar fuera de su tierra los ecos de su identidad, y regresó a su patria para ir más al fondo de este asunto, preparándose para retos mayores. En 1959 crea el Conjunto del Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba. Fue su propia revolución dentro del nuevo tiempo.

El arco de lo que Ramiro Guerra hizo cristalizar en ese empeño nos alienta todavía. Mulato, Mambí, La Rebambaramba, Chacona, Improntu galante, Medea y los negreros, Orfeo antillano, son mucho más que títulos en un catálogo de lujo. Con Suite yoruba consigue un clásico que unifica la herencia de la cultura africana en nuestra nación con la visión de un artista pleno en su afán de modernidad. Fue estricto, severo, riguroso. Fogueó a bailarines y nombres que hoy le reconocen con agradecimiento infinito. El Conjunto triunfó en París, en otras naciones europeas, recibió los elogios de Maurice Béjart. Y tenía por delante aún más desafíos. La fuerza polémica de El decálogo del apocalipsis, en 1971, parecía rozar el límite.

Tras el frustrado estreno de esa última pieza, los aires de un momento oscuro alejaron a Ramiro de la compañía que él fundó. Fiel a sí mismo, no se detuvo por ello, y de esa aparente parálisis vinieron algunos de sus libros sobre el arte de la danza que hoy son uno de sus grandes aportes. Restaurado el nivel de las aguas, no quiso volver atrás y retornó a la coreografía con el Conjunto Folklórico Nacional y otras agrupaciones. En 1989 estrenó De la memoria fragmentada: una pieza que recomponía, en el escenario, memorias, obstáculos y nuevas profecías. No volver sobre sus pasos era una de las divisas que proclamó. Y también en ello fue único, indagando siempre, inquietando siempre.

Ahora que ha fallecido, podrá hacerse una biografía formal de este maestro. Premios y condecoraciones, distinciones y doctorados, podrían intentar su retrato. Genio auténtico, no podrá ser reducido a una biografía formal. Sus discípulos directos e indirectos, sus colaboradores, estudiosos y amigos, sabrán recordarlo como un espíritu sin descanso. Lo que él fundó, baila siempre con nosotros. Sus libros, que deberían ser más y mejor leídos por las nuevas generaciones no solo de la danza en Cuba, serán bitácoras imprescindibles. Ramiro Guerra fue un talento y un carácter, y en su ética de rigor nos deja muchos retos por venir. Este fin de semana, la compañía que él fundó, ahora bajo el mando de Miguel Iglesias, volverá a convocar al público en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Sea esa la mejor manera de entender, y demostrar, que su nombre danza más allá de la muerte. Que como todo artista verdadero, no hay adiós posible para quien supo alcanzar una trascendencia tan firme, pletórica de futuridad.

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