Cuando la gente piensa en el patinaje artístico, imagina deslizamientos elegantes, saltos que desafían la gravedad y trajes brillantes. Pero, debajo del brillo, se esconde una disciplina tan exigente como hermosa. Cada movimiento debe llevar no sólo precisión técnica, sino también peso emocional. El patinaje artístico es un deporte que combina el atletismo y el arte. Los patinadores entrenan para dominar pasos complejos, saltos explosivos y trompos rápidos con cuchillas que son apenas más anchas que la mina de un lápiz. También entrenan cómo mantener una fuerte conexión con la música mientras completan sus complejos elementos.
Desde los 3 años llevo los patines en el alma. Mi personalidad se forjó con el patinaje artístico, mi vida entera se formó con él. Participar en múltiples campeonatos nacionales y ser la Campeona Nacional Argentina fue el premio al esfuerzo y a la dedicación. Fueron innumerables entrenamientos, piernas que tiemblan después de las prácticas, fracturas por estrés que te dejan sin competir por meses, lesiones por las caídas y ampollas en los pies que igualmente deben entrar cada día en botas que apenas dejan lugar para los dedos.
Competir internacionalmente para Argentina me llena de inigualable orgullo. Escuchar mi nombre representando a mi país es una emoción tan enorme que no se puede explicar. Estar entre todos aquellos que compiten por sus banderas, compartir con ellos su cultura, su diversidad y, a la vez, esta pasión que nos une a todos los patinadores. Esa pasión que va más allá de quién obtiene su medalla es una experiencia única e irrepetible.
En la pista todos tenemos nuestras luchas, nuestras caídas o nuestros premios. No basta con ser fuerte o rápido, sino que también hay que contar una historia a través del movimiento. Cada secuencia de pasos y cada deslizamiento está coreografiado con intención, como en la danza. Trabajamos con coreógrafos para construir rutinas que le den vida a la música. A veces esto implica inspirarse en el ballet clásico, el movimiento contemporáneo o estilos de danza tradicionales de todo el mundo. He patinado una diversidad de estilos, desde la música clásica de Vivaldi hasta música moderna cinematográfica, y cada vez me convierto en un personaje diferente sobre el hielo. Es ahí donde reside la magia del patinaje.
Tomo clases regulares de danza en la pista con una bailarina profesional, lo cual me ayuda a refinar la forma en que me muevo y a expresar emociones a través del patinaje. Los bailarines comprenden cómo una inclinación de la cabeza o el subir y bajar del torso pueden cambiar el significado de un movimiento, y esos principios se aplican con la misma fuerza en el hielo.
Pero detrás de ese brillo, está la técnica, la repetición sistemática de saltos y trompos, los moretones de las caídas, las horas dedicadas a perfeccionar transiciones que duran solo segundos. Esa conjunción que involucra elementos tan diversos hace que el patinaje sobre hielo sea más que un deporte, sino también un arte. Es una mezcla maravillosa de movimiento, música y emoción que transforma una superficie helada y dura en un escenario vivo y ardiente, cargado de sensibilidad, pasión, entusiasmo y sentimiento.
El día a día
Generalmente le dedico entre tres y cinco horas por día al entrenamiento. Cuando llego a la pista por la mañana, empiezo con mi rutina de calentamiento, que suele durar alrededor de una hora. Es fundamental para mí preparar bien el cuerpo antes de entrar al hielo. Comienzo estirando todos los músculos de las piernas y, poco a poco, voy subiendo hasta terminar en el cuello y la cabeza, asegurándome de que cada parte del cuerpo esté lista para entrenar.
Después salto la soga, hago saltos simples, en una pierna, en ambas, luego dobles y triples. Todo esto para activar bien los músculos que uso para saltar sobre el hielo. Una vez que termino de saltar la soga, hago rotaciones de saltos para afinar la técnica y entrenar el cuerpo.
Finalizada mi rutina en el suelo, me pongo los patines y comienzo mi entrenamiento en la pista. Empiezo con ejercicios de filos para sentir el contacto con el hielo y acomodar bien la posición de mis pies en las botas. Después de unos 30 minutos de trabajo técnico, paso a los saltos. Arranco con ejercicios básicos, luego saltos simples, y después los dobles. Más adelante incorporo las combinaciones y los saltos triples. Esta parte del entrenamiento en el hielo me lleva entre una hora y una hora y media, según el día.
Una vez que los saltos están trabajados, caliento los trompos y me enfoco en los programas. A veces los hago enteros, otras los divido por secciones. Hay días en los que trabajo ambas cosas: primero el programa completo, y luego partes específicas que quiero perfeccionar, ya sea una coreografía, un salto específico o una transición complicada.
Antes de salir de la pista, dedico al menos media hora más a practicar los trompos. Generalmente, termino mi entrenamiento y salgo corriendo para llegar a mis clases o a mi pasantía. El resto del día sigue con esas responsabilidades, y cuando llego a casa, hago mis deberes mientras estiro, masajeo las piernas y uso mis botas de compresión para recuperar. Esa parte de la rutina me lleva entre 30 minutos y una hora. Algunos días, si el tiempo me lo permite, también voy al gimnasio a la tarde para trabajar la fuerza muscular.
Sophia Natalie Dayan es patinadora artística sobre hielo. En 2023 y 2024 ganó el título de Campeona Nacional en Argentina, y desde hace seis años representa a la Argentina en competencias internacionales. En forma paralela a su actividad deportiva, Dayan estudia Relaciones Internacionales en la George Washington University en Washington, D.C.