Julie Barnsley creó para la bailarina Vanesa Lozano “Para Vanessa”, obra que muestra aspectos del temperamento de la artista.
Foto gentileza XXIV Festival de Jóvenes Coreógrafos.

El verdadero bailarín es mucho más que un ejecutante idóneo. Se trata de un agudo analista de realidades propias y ajenas, un sensible intérprete de ideas y conceptos. Las distintas tendencias de la danza contemporánea, más interesadas en la expresión profunda que en la ejecución periférica, hacen del intérprete una instancia vital.

Un singular espectáculo cuya motivación es la exaltación del intérprete como factor desencadenante de la creación, mostró recientemente a la bailarina venezolana Vanessa Lozano asumiendo retos coreográficos disímiles. “En 4 pedazos” se titula el recital de unipersonales de danza presentado en el Teatro Alberto de Paz y Mateos como una sección especial del XXIV Festival de Jóvenes Coreógrafos recientemente realizado en Caracas.

Lozano es una bailarina que transita momentos particulares de plenitud expresiva. Amplia es su trayectoria como intérprete de coreógrafos diferentes y hasta contrastantes. Ha dado pruebas fehacientes de su notable capacidad de adaptación a universos antagónicos. Su versatilidad no admite dudas y refleja una inconformidad casi adolescente frente al cuerpo creativo, llevándola a la experimentación constante.

“En 4 pedazos” la vinculó de nuevo a creadores con los que ha vivido una empatía cómplice a lo largo de su carrera artística. Julie Barnsley creó para ella un acto solista si se quiere atípico en la autora. “Para Vanessa” parte del temperamento por momentos flemático de la bailarina para penetrar en un mundo lúdico y desaprensivo, que progresivamente la conduce al vacío existencial. El contundente gesto expresionista de Barnsley da paso esta vez a acciones corporales de irónica estabilidad y placidez, que llevan igualmente a la destrucción.

El código visual en la danza de Rafael González queda una vez más revelado en “Translúcidos”, obra que incorpora el elemento plástico a la experiencia del movimiento. La luz como elemento interventor del rostro y el cuerpo de la bailarina, así como el plástico y las telas como texturas que reflejan atracción por el artificio femenino, propician la lectura de esta acción escénica de gestos discretos pero profundos, portadora de un elevado interés esteticista.

Del impreciso límite entre cordura y locura parte Inés Rojas en su unipersonal “Solo sola”. Las letras de amor del cancionero popular marcan el desequilibrio. La improvisación como ideología orienta esta exploración dentro de la emocionalidad femenina, donde libertad expresiva y organicidad del movimiento conforman un discurso abstracto devastador.

La soledad puede ser advertida como carencia o como lugar. Esa sensación puede concretarse en nada o en plenitud. “La isla”, de Luz Urdaneta, penetra en el espacio y el espíritu de una mujer desolada. La creadora apela a una reconstrucción casi realista de un ámbito escénico preciosista en su forma y aniquilante en su fondo. Los impulsos que movilizan a la coreógrafa se traducen en códigos reconocibles de la danza teatralizada, plenamente universalizados en su concepción y expresión.

“En 4 pedazos” permitió a Vanessa Lozano multiplicarse como bailarina y elevar su rango de intérprete al servicio de emociones individuales y compartidas.

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