Alicia Amatriain lució todo su talento en esta versión de “Romeo y Julieta”, de John Cranko, que presentó el Ballet de Stuttgart en Madrid.

El clásico shakesperiano “Romeo y Julieta” cobró vida en la esplendorosa Verona medieval, en la que se convirtió el Teatro Real de Madrid, gracias a la labor del Ballet de Stuttgart y, sobre todo, al genio creativo del desaparecido John Cranko. Se trataba del debut en la capital de la donostiarra Alicia Amatriain (Bailarina Principal) y había mucha expectación por disfrutar de la intérprete vasca en un ballet completo y con la compañía de la que ostenta el máximo rango desde hace siete años.

En su primera salida escénica, el suelo le jugó una mala pasada que, rauda y veloz, la guipuzcoana solventó para bordar cada una de sus intervenciones en la coreografía que Cranko creara en 1958 para la Scala de Milán y estrenara con el Ballet de Stuttgart en 1962, contando con Marcia Haydée y Richard Cragun, en los roles protagónicos.

Dando rienda suelta a su predilección por los roles dramáticos, Amatriain pasó por los diferentes estadios de toda Julieta que se precie: inocente y pueril, enamorada y determinada, trágica y sublime. La niña Capuleto va creciendo, escena a escena, para despuntar como una mujer rotunda que se aboca resuelta hacia su destino. Los momentos de gran intensidad del clásico shakesperiano –escena del balcón, consumación del matrimonio de jóvenes y el despertar en la cripta‑ muestran destellos de la exquisitez de Amatriain, tanto en su límpida técnica, como en su conmovedora interpretación, que cautivó al público.

Como contrapunto a la espléndida Julieta, Friedemann Vogel interpretó a un Romeo algo anodino, con buen control técnico, que se complementó correctamente con Alicia Amatriain, en su papel de partenaire. El siempre interesante duelo interpretativo entre el histriónico Mercucio ‑Filip Barankiewicz‑ y Teobaldo ‑Jirí Jelinek‑ se decantó por la interpretación del primero.

La coreografía del sudafricano dispone de la historia de Shakespeare de manera muy cinematográfica, alternando majestuosas escenas corales –fiesta en el hogar de los Capuleto o carnaval de Verona‑, con exquisitos y complejos pasos a dos, cuya suma total viene a mostrar el buen nivel del conjunto del Ballet de Stuttgart, como legatario del tesoro creativo de Cranko. Tratándose de una de las joyas del desaparecido coreógrafo, “Romeo y Julieta” mostró todo el potencial de la compañía alemana, cuyo magnífico diamante es la primera figura de Alicia Amatriain, una versátil intérprete que fue capaz de emocionar al público madrileño, por su brillante técnica, sus exquisitos movimientos suspendidos y el profundo dramatismo con el que imprimió carácter a la Julieta que robó el corazón de los presentes.

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