“Zweiland” (“doble país”), obra de Sasha Waltz muestra a una Alemania unida después de la caída del muro de Berlín.

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La compañía de Sasha Waltz llegó a la capital cubana para ofrecer dos representaciones del exitoso y emblemático espectáculo de danza-teatro “Zweiland” ‑con el cual consiguieron un abrumador éxito en el Teatro de la Ville de París en mayo‑, invitada por el Goethe Institut como parte de su gira por Estados Unidos y Canadá, y para sumarse a los festejos por los 50 años de Danza Contemporánea de Cuba, en cuyos estudios impartirían unos enriquecedores talleres, con inclusión de profesionales y estudiantes. Jochen Sandig, el codirector del conjunto visitante, calificó la visita de “un diálogo entre dos compañías de danza contemporánea y dos ciudades, La Habana y Berlín, y de dos países, Alemania y Cuba”.

Sasha Waltz se empeña en rechazar las apreciaciones de ciertos críticos de danza que la emparentan con la danza teatral de su compatriota Pina Bausch, y tiene razón pues su creatividad se destaca por una “non-danse” pletórica de originalidad. Hasta podría decirse que su gigantesca pieza de 2003, “Insideout”, es “el” manifiesto de esta nueva tendencia. Y parafraseando a la colega francesa Dominique Frétard, es como estar en la danza y en la no-danza, y en las dos al mismo tiempo.

Waltz concibe sus obras directamente a partir de los acontecimientos que ocurren en su entorno socio-cultural-político, como es el caso de la caída del muro de Berlín para la obra elegida para representarla en Cuba, “Zweiland” (“doble país”), muestra una Alemania unida, con un inteligente discurso polisémico, donde se evidencia su capacidad agudísima de observadora de su entorno, desde las incidencias entre parejas, los egoísmos y la diversidad sexual, incluyendo el travestismo social y el de género.

Esta vez Sasha Waltz no pudo estar al frente de sus huestes por motivos personales más que justificados por Sandig, su segundo al mando y co-fundador. Los siete bailarines-actores técnicamente bien entrenados contribuyen creativamente a la coreografía en cada representación.

Waltz conduce la temática de su obra por un mundo caótico con un sentido claro de la comunicación conceptual, si de motivaciones socio-políticas conflictivas si trata.

Tanto ella como Sandig, estuvieron por vez primera en Cuba hace catorce años, para impartir unos talleres con el grupo DanzAbierta (por muy raro que parezca, aún bajo la dirección artística de su fundadora, Marianela Boán, afincada hace más de una década en Miami), en consecuencia “Zweiland” incorpora imágenes alusivas de ácido humor, situaciones de la cotidianidad de la Alemania del Este (RDA entonces), con un patético paralelismo de la Cuba post-Castro, provocando sonoras carcajadas de los alertas espectadores que colmaron la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana.

Esta obra, de poco más de una hora de duración sin interrupción, entreacto, se desarrolla con precisión de los más mínimos detalles, sin costuras, donde la espontaneidad de las fundamentales improvisaciones muestra la sólida estructura dramatúrgica en la “teatralidad” de los eventos, que ocurren en medio de una calle berlinesa, donde un enorme muro y un quiosco (que se arma y desarma según los recursos necesarios a/por- los bailarines-actores) se convierten en “personajes” de la pieza, que fue introducida por un ente humano monstruoso, de cuatro piernas, una sola cabeza y una sola barriga: esencia del conflicto de dos realidades y una cultura.

El enriquecimiento cultural insuflado por Waltz y su conjunto, en sólo dos días (junto al taller impartido por el intérprete y director musical español Juan Cruz Díaz), marcará un hito en las artes escénicas cubanas; un antes y un después de “Zweiland”. Antes que todo, Waltz & Guests sorprendió por la organicidad y la aplicación de las dinámicas de un lenguaje corporal distinguido por la calidad de sus movimientos, cuyos ritmos están apoyados musicalmente por lo generado por la música producida e interpretada en vivo por los propios ejecutantes, que incluye proverbios y canciones con una tradición que se remonta al siglo XIII, pasa por el XVII, hasta el XX, todo lo cual es revelador de la versatilidad de estos siete artistas. Las ovaciones no se hicieron esperar tras el “blackout” final.

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