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Danzahoy | critica | Ballet de la Ópera de París: Un Oneguin iluminado
JULIO 2009 | EDICIÓN Nº84

 

critica

Ballet de la Ópera de París

Un Oneguin iluminado

Una de las obras maestras de John Cranko ahora integra el repertorio de la compañía francesa. Basada en la novela de Alexander Pushkin, la pieza la estrenó por primera vez en 1965 el Ballet de Stuttgart.

Isis Wirth | Alemania

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Dorothée Gilbert y José Martinez de Ballet de la Ópera de París en “Onegin” de John Cranko.
Dorothée Gilbert y José Martinez de Ballet de la Ópera de París en “Onegin” de John Cranko.
Foto: Sébastien Mathé. Gentileza BOP.
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Como es sabido, “Oneguin” es junto a “Romeo y Julieta” y “La fierecilla domada”, uno de los “clásicos” de John Cranko, creado en 1965 para el Ballet de Stuttgart, con Marcia Haydée y Ray Barra.

Ahora el Ballet de la Ópera de París lo ha incorporado a su repertorio, en lo que es, sin duda, una particular iluminación ‑como si lo renovara‑, efectuada a ese título del coreógrafo inglés, dadas las características de una cierta intensidad y de inteligencia expresiva que distinguen al estilo de la Ópera de París.

Reid Anderson, el director del Ballet de Stuttgart –la “casa”, desde luego, de Cranko, prematuramente fallecido en 1973–, vino a montarlo, en tanto la Orquesta de la Ópera Nacional de París ha sido conducida por el director musical del Ballet de Stuttgart, James Tuggle. Los decorados (de Jürgen Rose) provinieron de la producción del Bayerisches Staatsballett, la “segunda casa” de Cranko tras Stuttgart.

“Oneguin”, en tres actos, remite a la novela en verso “Evgueni Oneguin” de Alexander Pushkin. La música del ballet es de Chaikovsky, pero no la de su ópera sobre la obra de Pushkin, sino extractos de “Las estaciones”, “Romeo y Julieta”, “Los caprichos de Oxana” y “Francesca de Rimini”, en arreglo y orquestación de Kurt-Heinz Stolze.

La creación de Pushkin es romanticismo puro: un amor, el de Tatiana por Oneguin, que al principio no es correspondido, para que, luego, el casquivano Oneguin comprenda que la ama, pero esta, aunque lo sigue amando, no lo perdona. La imposibilidad, en definitiva, del sentimiento amoroso, de un cariz parecido a “Giselle”. Cranko quizás vio este “potencial” en la trama, y el resto lo hizo su genio, sí, sin tener que “inventar” ni recrear nada –mucho de lo que utilizaba apuntaba al lenguaje académico– pero insuflando una materia dramática y en ocasiones poética por medio de una virtud de este lenguaje. Sobre todo, por la dimensión comunicativa, o la emoción teatral con la que hacía “trascender” el movimiento. Cranko fue, probablemente, el último “clásico”.

“Oneguin” es, en esos tres títulos de Cranko aún “imprescindibles”, el que menos resiente el paso del tiempo (a no ser por los decorados), menos que “Romeo y Julieta”, y puede que en parecida medida con “La fierecilla domada”. No obstante, tras haberlo visto por el Ballet de la Ópera de París, creería que el espíritu de Cranko está mejor servido por los parisinos, aunque suene a “herejía” –nada lo puede ser, en arte–, que por los de Stuttgart. No es solamente cuestión de que la técnica –ah, Perogrullo, más importante de lo que pudiera pensarse– sea más rutilante “chez l’ Opéra”, sino una comprensión que parecería venir de muy adentro… En otras palabras, una estatura artística más acendrada; quizás, también, una entrega más diáfana.

José Martínez, como Oneguin, no fue ninguna “revelación” sino que la “promesa” que se esperaba deliciosamente de él en este personaje emblemático fue confirmada con creces. Sus sutilezas interpretativas, la capacidad para sellar una actuación, el donaire de un carisma que justo se destaca por lo aquietado y lo profundo –pero siempre con exquisito clasicismo–, hallan en el ballet de Cranko un vehículo ideal. Acaso es más convincente en la parte “malvada” de Oneguin, cuando juega con Tatiana y su hermana Olga, cuyo prometido Lenski muere en duelo con él, tras “flirtear” Oneguin con Olga. Lo destructivo del antihéroe alcanzó en Martínez una imagen trágica, casi odiosa.

De la Tatiana de Dorothée Gilbert, ¿qué decir? ¿Qué es, ya, una “grande”? Hubo momentos, cierto que junto a José Martínez –especialmente en el célebre pas de deux final–, donde lo acuciante de su dolor, su renuncia, la decisión de no perdonar, llegó a cimas teatrales de esas que le hacen a uno creer que, todavía, en este arte, todo es posible, como en los buenos viejos tiempos míticos. ¿Se podría agregar algo más? Sí, el valor de su técnica, esplendente.

Por demás, la Olga de Muriel Zusperreguy, el Lenski de Florian Magnenet, y hasta el príncipe Gremin de Vincent Cordier fueron irreprochables.

El 15 de mayo, Manuel Legris hizo su adiós a la escena de la Ópera de París en “Oneguin”. Fue la apoteosis.


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