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Danzahoy | critica | Ballet de la Ópera de París y New York City Ballet: Jerome Robbins Bajo el cielo de París
NOVIEMBRE DE 2008 | EDICIÓN Nº80

 

El NYCB interpretó “Divertimento”, conocido inicialmente como “Caracole”. En la foto, Ana Sofía Scheller y Andrew Vedette.
El NYCB interpretó “Divertimento”, conocido inicialmente como “Caracole”. En la foto, Ana Sofía Scheller y Andrew Vedette.

Luego de 43 años, desde el verano de 1965, la compañía de George Balanchine regresaba a París, convirtiéndose, esta vez, en la primera agrupación invitada en presentarse en la escena de la Ópera Bastille.

En la “rentrée” de septiembre el New York City Ballet desplegó un programa variado en el que incluyó obras de los dos coreógrafos más significativos de la historia de la agrupación, George Balanchine y Jerome Robbins.

Sobre música de Mozart y con diseños de Karinska, el “Divertimento”, creado en 1952 con el título de “Caracole” y cuatro años más tarde en versión definitiva como “Divertimento N° 15”, presenta a solistas y cuerpo de baile, en el puro estilo del coreógrafo, en esa época. Es ese Balanchine sobrio, despojado, musical hasta consustanciar su pensamiento coreográfico con la partitura en una unidad indisoluble. Un paradigma del ideal “clásico”, hasta más allá del ballet.

El bellísimo “Episodes” (1959) se basa en dos composiciones de Anton Webern (una de ellas que retoma “La ofrenda musical” de Bach). Balanchine decía que esta música “llenaba el aire de moléculas”. El ballet, asimismo con solistas (donde destacan Darci Kistler y Wendy Whelan) y cuerpo de baile, contrasta con el anterior: este es el Balanchine “moderno”. No podía ser de otro modo, dada la partitura dodecafónica de Webern, que el coreógrafo expresa con sus propias “moléculas” visuales: los pasos clásicos son “desviados” en otra forma. La línea resultante es todavía tan novedosa, que ya desearían muchos coreógrafos “contemporáneos” poseer esta eficacia. Pero lo fundamental aquí es esa catedral entre sonido, plástica y movimiento que Balanchine, como nadie, construía.

Con el título de “Chaikovsky Suite N° 3”, Balanchine presentó en 1970, con los diseños de Nicolas Benois (hijo de Alexandre), los tres primeros movimientos de esa suite, más el último movimiento de la misma, que ya había coreografiado en 1947 para Ballet Theatre, con Alicia Alonso e Igor Youskevitch, o sea, “Tema y variaciones”, un homenaje al gran espíritu del Ballet Mariinsky de San Petersburgo (es decir, a Marius Petipa), con su empaque único. Una mención para el brillante y seguro Joaquín de Luz, el solista de “Tema…”

Para esos tres primeros movimientos (“Elegía”, “Vals melancólico” y “Scherzo”), el coreógrafo quiso rendir otro homenaje: a la “danza libre” de Isadora Duncan. El resultado es, sin embargo, hermoso: jamás Duncan hubiese soñado con algo tan bien hecho, donde la “poesía” es cierta.

El tercer programa, un “pas de quatre” entre Balanchine, Jerome Robbins, Peter Martins (director de la compañía), y el inglés Richard Wheeldon, quien, como es sabido, ha sido “coreógrafo en residencia” del New York City Ballet.

“Duo concertant”, de Balanchine, fue creado en 1972 para inaugurar el primer Festival Stravinsky. Es la simplicidad extrema. La composición de Igor Stravinsky consiste sólo de un piano y un violín, sus ejecutantes sobre la escena (grandioso, sin temor alguno al adjetivo, Eric Lacrouts, solista de la Orquesta de la Ópera Nacional de París, la cual, por demás, acompañó, excepto este, todos los programas, bajo la batuta de Fayçal Karoui, director musical del NYCB), y junto a ellos, una bailarina (Sterling Hyltin) y un bailarín (Robert Fairchild). Eminentemente plástico, es un diálogo esencial entre música y movimiento. El lirismo es su clave, que es también una metáfora de la danza que se “enfrenta” a las notas.

“Hallelujah Junction”, de Peter Martins, fue creado en 2001 para el Ballet Real de Dinamarca. Utiliza la partitura del mismo nombre, para dos pianos, del conocido compositor contemporáneo norteamericano, el “minimalista” John Adams, tan frecuentemente (y no sin éxito) coreografiado, debido a las posibilidades rítmicas que ofrece. De hecho, esta es la octava coreografía de Martins sobre Adams.

Tres solistas (Janie Taylor, el español Gonzalo García y Daniel Ulbricht), más cuatro mujeres y cuatro hombres, en alternancia de pas de deux, y algunos pas de trois. Inspiradamente “neoclásico” (siempre con comillas…), Martins se revela aquí como “balanchiniano” a cabalidad. Continúa el pensamiento del fundador del NYCB, con claridad –incluso en la complejidad de ciertas construcciones– y un sello propio, fácilmente distinguible.

Luego vendría una de las piezas más bellas que hayamos visto jamás: el pas de deux de “After the rain”, de Richard Wheeldon. Creado el ballet en 2005, el pas de deux corresponde a “Spiegel im Spiegel” (1978) de Arvo Pärt, para piano (Cameron Grant) y violín (de nuevo, Eric Lacrouts).

Sin la extraordinaria Wendy Whelan, “musa inspiradora” de Wheeldon, este título acaso sería otra cosa, o casi imposible desde el punto de vista de lo que logran ella… y el violinista Lacrouts. El partenaire de Whelan, Craig Hall, es tan sólo un acompañante, aun si preciso, fuerte, con presencia suficiente. Hasta que el verdadero pas de deux sería entre ella y Lacrouts. Sin embargo, Hall aporta no sólo su compañía: se trata de un acto de amor, de la entrega, del hombre y la mujer, de la posibilidad de existir, en fin, de la creación, de la mano del sentimiento y el deseo. Se alcanzan aquí las más sublimes esferas.

La exactitud plástica de la coreografía corta el aliento. Wendy es tan intensa y sensual, como fina y evanescente. Maravillosa, Whelan, y un absoluto este pas de deux.

“Dances at a Gathering”, de Jerome Robbins, creado en 1969 para el NYCB, sobre música para piano de Chopin, si bien muestra a ese Robbins maestro del vocabulario clásico al que al mismo tiempo le insuflaba una cierta propulsión inusitada, pese a su belleza –como “In the Night”, de índole muy parecida, que prefiero a “Dances at…”–, ha envejecido un poco. ¿O no sería justo que para hoy sus 63 minutos de duración son demasiado largos? Para olvidar, no obstante, una variación de Joaquín de Luz.


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