La participación del BNC con bailarines invitados, garantizó la fidelidad de la puesta de “Giselle” en versión de Alicia Alonso.
Foto gentileza BTC.
Galería de fotos

El ballet clásico ha sido un complejo universo abordado con altibajos en Venezuela. La carencia de amplios referentes universales, la ausencia de políticas públicas estimuladoras, la inexistencia de una academia de sólido espíritu y rigurosa metodología y la apuesta a búsquedas alternativas de expresión dentro de los códigos contemporáneos de la danza escénica han sido algunos de los factores determinantes de esta realidad.

“Giselle ha salido poco de su casa”, asevera la investigadora Belén Lobo en un ensayo sobre los desempeños del ballet venezolano, en el que la autora enfatiza sobre la intermitente presencia del repertorio romántico y clásico del ballet mundial en los escenarios nacionales.

Ciertamente, la frágil heroína del romanticismo en la danza no ha hecho de sus esporádicas apariciones un estandarte de la danza venezolana, aunque ha haya habido intentos loables desde los primeros momentos de la profesionalización de esta actividad, concretados en las producciones ya convertidas en leyenda del Ballet Nena Coronil, Ballet Nacional de Venezuela (BNV), Ballet de Maracaibo y Ballet de la Fundación Teresa Carreño, llevadas a cabo durante los años cincuenta y ochenta.

En 1989, Zhandra Rodríguez en un intento por reeditar el BNV y desarrollar una compañía estable de danza clásica en el país, presenta en el Teatro Teresa Carreño una producción de “Giselle” dentro de los elevados parámetros de exigencia estilística de tan demandante título.

En 1983 y 2000, el Ballet Nacional de Cuba escenifica en Venezuela la versión de Alicia Alonso de la obra, concebida desde su profundo mimetismo con ella, la cual regresó recientemente a la Sala Ríos Reyna a cargo del Ballet Teresa Carreño (BTC), bajo la supervisión personal de la mítica primera bailarina.

“Giselle” de Alonso posee como coreografía particularidades en cuanto al aligeramiento considerable de la pantomima, énfasis en la clarificación de su dramaturgia, profundización dramática y psicológica de cada personaje, así como la incorporación de poderío técnico a las especificidades del romanticismo como estilo, altamente emocional en su expresión.

La participación como invitados de bailarines, maestros repertoristas y diseñadores del Ballet Nacional de Cuba vino a garantizar la fidelidad al espíritu originario de la versión de Alonso. El resultado fue un montaje limpio, equilibrado y de notable resolución escénica, que permitió el crecimiento del elenco femenino del BTC, especialmente destacable como cohesionado cuerpo de baile en el segundo acto.

Las bailarinas venezolanas Cristina Amaral y Cristina Gallardo, prácticamente debutantes en la interpretación de la protagonista del relato, ofrecieron dos concepciones posibles. La primera, desde su depurada condición de esencial bailarina lírica. La segunda, a partir de una identificación muy personal con el destino trágico del personaje. Junto a ellas, los cubanos Javier Torres y Joel Carreño dieron cuenta, también desde una doble perspectiva, del dominio pleno de su rol escénico. Uno, dentro del perfil atildado del bailarín noble. El otro, desde la intensidad y hasta el arrebato.

“Giselle” propició la cooperación entre el Ballet Teresa Carreño y el Ballet Nacional de Cuba, hecho valorable en sí mismo fundamentalmente por la comunión de intereses artísticos que seguramente promovió.

4 comentarios a este artículo