Colombia estuvo representada por su compañía de ballet clásico, adscrita a Incolballet, con sólidos e impetuosos intérpretes.
Gentileza de Festival Internacional de Ballet de Cali
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Cali, ciudad caliente y de expresiones de danza arraigadas en lo popular, curiosamente representa un bastión significativo del ballet clásico y neoclásico en América Latina.

Colombia, a través de la experiencia caleña, junto a Cuba, Argentina, Chile, Brasil y Venezuela, ha hecho aportes valiosos a la danza académica universal, dotándola de un particular sentido de identidad proveniente del complejo sincretismo del continente.

La experiencia colombiana en este sentido se concentra casi exclusivamente en la capital del Valle del Cauca, zona de agudos conflictos y violencia histórica, donde funciona desde hace más de treinta años un centro insospechado de formación de bailarines, estímulo creación y difusión masiva de la danza escénica.

El énfasis del Instituto Colombiano de Ballet Clásico, dirigido por Gloria Castro, es claro y coloca su acento en las manifestaciones de la danza artística provenientes del siglo XIX europeo, que en tierras de acendrados rituales musicales y corporales de profunda influencia africana, se convierten en un código estético de inéditas significaciones culturales.

Los bailarines clásicos de Colombia, en número sorprendente, integran actualmente los elencos de relevantes compañías de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Muchos de ellos se reencuentran una vez al año en su país, en medio de las incidencias del Festival Internacional de Ballet de Cali que realizó su tercera edición, evento que busca promover los valores de la danza académica en un contexto donde la salsa trepidante impera.

El festival de Cali, sin complejos, avanza sostenidamente en su misión: ser una plataforma latinoamericana trascendente de los conceptos y las formas del ballet como manifestación escénica universal, por sobre los impulsos de la mayoría y las consideraciones de carácter sociológico y antropológico.

La tercera versión del evento, que también incluyó una muestra de danza contemporánea, reunió en el Teatro Municipal Enrique Buenaventura, el Teatro Jorge Isaacs y espacios públicos alternativos a catorce agrupaciones procedentes de España, representada por la compañía de Carmen Roche; Francia, con la participación del Centro Coreográfico de Nantes; Alemania, República Checa, Estados Unidos, Cuba, con la actuación del Ballet Nacional que presentó a una atractiva generación emergente de bailarines, entre ellos la sorprendente Yanela Piñera, sin duda una primera bailarina del futuro. Además, se presentaron México y Colombia, representada por su compañía de ballet clásico, adscrita a Incolballet, que posee sólidos e impetuosos intérpretes y un repertorio ecléctico que estimula altamente y pone a prueba su versatilidad.

La representación venezolana estuvo en manos de Danzahoy, agrupación que escenificó dos creaciones de su directora Luz Urdaneta, que de algún modo señalan los caminos creativos por los que transita la celebrada coreógrafa en la actualidad, signados por la discreción y la introspección: “Una vez, otra vez y Hecho de Luz” (Brahem y Ginastera), dueto y unipersonal concebidos a partir de las esencialidades y las sutilezas de la condición femenina. Ambos develaron de nuevo los elevados alcances interpretativos de Vanessa Lozano y Arais Vigil.

Igualmente, la Compañía Colombiana de Ballet Clásico, interesada en el repertorio coreográfico de Vicente Nebreda, presentó “Lento, a tempo e appassionato” (Scriabin), momento supremo del arte del baile en pareja, interpretado por los colombianos Mónica Quira y Juan Pablo Trujillo, este último vinculado profesionalmente con el ballet venezolano y en la actualidad bailarín principal del Kansas City Ballet.

El Festival Internacional de Ballet de Cali insistió en su empeño de hacer de la danza clásica un espacio creativo posible para audiencias cada vez más amplias. El numeroso público que lo acompañó parece darle la razón.

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