Thomas Nicholas en Café de Arabia en “Cascanueces” del Joffrey Ballet.
Foto: Sasha Fornari. Gentileza JFKC.

El Joffrey Ballet llegó al Kennedy Center de Washington con la versión de “Cascanueces” de Robert Joffrey estrenada en 1987. La particularidad de esta puesta es que incorpora en cada lugar donde va, alumnos de ballet de las escuelas del área para representar el rol de los niños de la fiesta en el primer acto.

Esta vez, un hecho llamativo ocupó las páginas de “The Washington Post” en días anteriores al estreno: fue la participación de una niña discapacitada, Mary Cassell, junto a otros 17 niños. Interesante la forma en que la producción pudo incorporar a esta niña en silla de ruedas como parte de la fiesta de Navidad. Una experiencia inolvidable, tanto para ella como para el público.

Esta obra, con sus infinitas versiones y ópticas, según el coreógrafo responsable, es sin duda, una de las obras maestras de la danza clásica. Y la ponen en esta categoría sus tres elementos esenciales: la música, la coreografía y la historia. Allí, Piotr Tchaikovsky, Marius Petipa y Lev Ivanov, y E.T.A. Hoffman forman una magnífica “cosmogonía”.

Joffrey situó su “Cascanueces” en Estados Unidos en la época Victoriana, a mediados de 1800. Y cada detalle de la escenografía, desde las lámparas hasta los cortinados y el vestuario de los muñecos mecánicos, representan esta esplendorosa época.

El “Cascanueces” de Joffrey es, sencillamente, bello desde lo estético y desde la danza. Sus protagonistas escapan de las profundidades psicológicas de otras puestas y se limitan a hacer una pintura directa de la historia que, en este caso, sirve de excusa para la danza.

En la noche del estreno, Victoria Jaiani fue el Hada de Azúcar, correcta, precisa en sus fouettes en diagonal y con una fuerte presencia escénica. Mientras Fabrice Calmels, el príncipe Cascanueces, tuvo mayor ayuda por su porte atlético que por su flexibilidad y musicalidad.

Mientras Megan Quiroz mostró su talento y delicadeza como la Reina de las Nieves, y seducción y maleabilidad como el Café de Arabia. En ambos cuadros Quiroz tuvo como atento y sólido partenaire a Thomas Nicholas. Preciso y con gracejo el trabajo de Valerie Robin en Chocolate de España.

Brian McSween, como Drosselmeyer, cautivó con su misteriosa y mágica figura que acompañó a Clara en su largo periplo onírico.

Clara y Fritz, esta vez interpretados por dos ex estudiantes del Maryland Youth Ballet de Silver Spring, Allison Walsh y John Mark Giragosian, pusieron frescura y calidad a la interpretación de dos personajes clave. Esta versión permite a ambos protagonistas mostrar sus habilidades como bailarines. Walsh, de bellos brazos y gran musicalidad, hizo una Clara encantadora. Mientras que Giragosian, en su doble rol de Fritz y del Príncipe de las Nieves, se lució con sus saltos y grand jetés.

La compañía, que mantiene su alto nivel de danza y su versatilidad para todos los estilos, fue responsable de llevar adelante una puesta exquisita. Detrás de esos bailarines se advierte el trabajo forjado a lo largo de los años por sus preparadores, la mayoría de ellos formados en las filas de esta histórica compañía fundada por Joffrey y Gerald Arpino en 1956.

La orquesta del Kennedy Center Opera House dejó brillar a la partitura de Tchaikovsky en todo su esplendor. Las funciones de “Cascanueces” del Joffrey Ballet, continúan en Chicago desde el 18 hasta el 28 de diciembre, en el Auditorium Theatre of Roosevelt University.

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