El bailarín vasco Asier Uriagereka interpreta a Demetrio en esta versión de “El sueño de una noche de verano” que llevó a escena Ballets de Monte-Carlo.
Fotos gentileza de Ballets de Monte-Carlo.
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Cinco minutos de aplausos rubricaron la actuación del Ballets de Monte–Carlo en un atestado Kursaal. En su cuarta visita donostiarra, la compañía dirigida por Jean–Christophe Maillot ofreció la personal lectura del creador francés sobre la comedia shakesperiana “El sueño de una noche de verano”. Dividida en dos actos y con dos horas de duración, la obra presenta tres escrituras coreográficas diferenciadas, gracias a las que se construyen sendos universos paralelos y equidistantes: los enredos amorosos de los aristócratas, las divertidas parodias de los comediantes y la magia gris perla del mundo de las hadas.

Bernice Coppieters, étoile de la compañía monegasca, demostró porqué se ha convertido en una rutilante estrella. Su interpretación de Titania, la reina de las hadas, fue sublime. De porte majestuoso, la intérprete belga dotó de gran riqueza de matices expresivos su intervención, con los que adornó la cascada de movimientos ondulantes e insinuantes de su coreografía, de corte más bien contemporáneo. La bailarina magnetizó al público hasta el punto de cosechar los mayores aplausos y bravos de la velada. En su labor estuvo secundada por un magnífico Jérôme Marchand, en el rol de Oberón.

El mundo de la nobleza ateniense compuso sus desaguisados amorosos, a través de una coreografía muy clasicista, con música de Felix Mendelssohn. Resultó especialmente hermosa la escena del arreglo del entuerto entre las dos parejas de enamorados, uno de los cuales –Demetrio– fue interpretado con solvencia por el mungiarra Asier Uriagereka. De alguna forma, recuerda al famoso pas de deux del beso, procedente de “La Belle”, obra por la que Maillot recibió el Premio Nijinsky a la Mejor Coreografía. Muchas carcajadas provocó en el público la parodia ofrecida por los artesanos-comediantes, en la representación posterior a los esponsales de los nobles.

Otro aspecto de gran protagonismo en “El sueño…” es la escenografía pensada por el artista plástico Ernest Pignon-Ernest. Un mundo blanquecino y gris plata, con accesorios móviles como cuartos de esfera o columnas. En cierta forma, la escenografía de Pignon-Ernest crea una aséptica atmósfera, que aleja a esta versión de la edulcorada magia de otras coloridas adaptaciones.

Sin ser la mejor versión de un clásico de Maillot, “El sueño…” demuestra que una gran compañía, con un altísimo nivel, es más grande aún, si es capaz de defender un producto no tan genial, como precedentes espectáculos ya vistos de los Ballets de Monte–Carlo.

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